jueves, 27 de octubre de 2011

TRES LUNAS




Cuatro y media de la madrugada. Ya voy paseando por la tercera luna de esta noche que no llega a su fin. El encargado de velar el sueño salió a pasear y no parece querer atender mi llamada.
Me faltaba el tiempo para que acabara el sol su recorrido, no veía el momento de que se esfumaran las prisas, las llamadas, las venidas tras las idas, los peros, los me hace falta, los es que, y los ASCO. Los asco…
¿Sabes de lo que te hablo, verdad? De esos días que se tuercen antes de que hayas puesto el pie en el suelo; en los que ya el despertador en lugar de su sonido habitual (asqueroso de por sí), te tira de la cama con un: “¡hoy te voy a joder, hoy te voy a joder!”, con timbre de gallo resfriado.
Y pasas el día con la máscara puesta, como la mayoría de la gente con la que te cruzas, cada uno con la suya y con distintos motivos. ¿O qué te crees…? ¿Que la dependienta que te mira con una sonrisa de lado a lado tras tu décima pregunta sobre las características de las pinzas de tender es real? Mmmm… ¡Mírale a los ojos! Que la sonrisa es para distraer tu atención.
Y por fin, a las tantas,  llegas a casa. Una ducha larga, dejando que el agua corra desde tu cabeza levantada, con los ojos bien cerrados proyectando las imágenes del día, con la estéril intención de que el agua los arrastre, y que lleguen a tus pies para pisotearlos y devolverles el favor; te enfundas el pijama de la rana y las zapatillas (¿te has mirado tú cómo vas por casa?); una media cena fría con lo que pillas por el frigorífico, comida porque algo hay que comer; y al final, te tiras a tu sofá con un giro de ciento ochenta grados y medio tirabuzón.
Me duele la vista. No hay muchas ganas ni de leer, así que te rindes a la caja tonta. La caja tonta… Sí, claro, la tele, cosa sencilla de decir. Era menos complicado cuando había un canal tan solo; veías lentejas. Ahora no ves ni eso: cambias y cambias con la varita mágica (¡qué invento! Antes si el padre quería cambiar –cuando ya pusieron el segundo canal- le soltaba una colleja al más pequeño, “para darle impulso”, y no le hacía falta abrir la boca, ya sabía éste lo que tenía que hacer. Las collejas se iban heredando de un hermano a otro, y cuando dejaban de dártelas te sentías mayor, y te parecía que tu padre te miraba de otra manera) ¡Umm! ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí!: Cambias y cambias con la varita mágica, huyendo de culebrones, series interminables que te niegas a ver porque te condenas a estar pendiente cada semana de no perderte el capítulo, tele tiendas que te venden esas cosas tan útiles ¡Noloentiendas!...Total, que acabas haciendo lo que haces cuando vas a votar, si es que vas: Te quedas con lo menos malo: Un documental. Lo peor es cuando es de bichos; que ya desde que ves el primero te comienza a picar. ¿No te pasa? ¿Que no puedes evitar el rascarte? Comienza de apoco, y alargas la mano sin darte cuenta, y haces como el que se quita una pelusa primero, así, descuidado; pero, el picor comienza a hacerse más y más intenso, y de pronto hablan de la reproducción de los piojos, y el picor se vuelve insufrible, no quieres seguir rascándote, pero es imposible parar, se propaga por todo el cuerpo, mientras más te rascas más te pica, hasta que el picor se vuelve dolor y te levantas a darte otra ducha para aliviarlo. Bueno, eso, o cambias de canal, que es más sencillo. Y entonces aparece: El interesantísimo documental de “El bostezo de los chimpancés y su contagio”. Esto promete, voy a hacer unas palomitas, con un poco de suerte me entrará el sueño.
Y aquí estoy: envuelto en el aroma de las palomitas calientes viendo a los primates. No quiero ni pensar el día que emitan el de los bostezos del piojo, ¡menuda fiesta!
Pero; de pronto, casi me atraganto ahí tumbado. Mi vista ha ido a blanco y las imágenes de una noticia vista hace unos días me han estrujado como una anaconda llena de espinos. Me falta el aire. Me sobra humedad en los ojos y rabia en las entrañas. Me avergüenzo de pertenecer a esta raza autodenominada humana y racional. Racional…
Una niña. Dos palmos. Uno por año. Despistada de su madre vaga por una calle. Supongo que llorando aterrada por verse sola. No lo sé, lo supongo porque tuvieron la delicadeza de emborronar su imagen. De pronto se aprecia que se le acerca una furgoneta. No muy deprisa, pues es una calle muy estrecha llena de bultos y obstáculos descuidados. Por las palabras del periodista acierto lo que va a ocurrir. Y apretó los puños, y el culo; y alargo los brazos con la vana y desesperada intención de evitar lo que ya ha ocurrido. “¡No, para cacho carbón! ¡Si la tienes que estar viendo! Es menuda; pero la tienes delante”. Y le pasa por encima una rueda. La furgoneta para. Duda un instante, y ahora es la siguiente rueda la que veo pisotear el cuerpecillo. “¡Cabrón!” Grito llorando impotente. No me la quito de la cabeza. Criatura, pobre cría. Después estuvo largo rato tendida en el suelo abandonada a su suerte. Hasta una docena de personas (de personas…casi me duele llamarles así), pasó a su lado, me refiero que tuvieron que cambiar su rumbo para no pisarla, y no hicieron nada, la ignoraron. La pobre niña quedó allí para que la volviera a atropellar esta vez un camión.
La última vez que hablaron de ella estaba en muerte cerebral.
Ya no han dicho nada más. Ahora se dedican a bombardearnos con las macabras imágenes de un dictador caído. No sé exactamente qué habría hecho este mal hombre. Aparentemente lo mismo de siempre, solo matar a su pueblo; pero por alguna razón, que no alcanzo a comprender, ahora no interesa seguir mirando ombligos. La cuestión es que es la imagen de moda, y literalmente, la veo hasta en la sopa. Morbo, morbo y más morbo. Por favor. Dame la noticia, una imagen (que no la quiero ni me hace falta para nada) si es que te ves en la necesidad, y como dicen en Argentina: “¡listo!”.
Es la ley de la desinformación, o de la información tendenciosa. Prefieren pasarse diez minutos hablando del frío. Por mucho que lo quieran vender como noticia, en invierno hace frío y en verano calor. Pasa todos los años, cuando sea al revés dímelo (por si no lo veo yo) que todavía tendrá un significado.
Casi las cinco. Éste no viene a buscarme (el que vela mis sueños); pero me voy. Estoy helado y creo que los dedos de los pies se han ido porque no los siento. Por fin llega el frío. Bueno, por fin para el que le guste el frío. Ahora ya podrán cambiar de noticia:” ¡Llega el frío!”. El premio Pulitzer te voy a dar.
Además llega ya esa hora inquietante y extraña en que los fantasmas parecen rondarte. Esos que se asoman por detrás y sientes su aliento tras la oreja. Quieres volverte para comprobar que solo son imaginaciones tuyas; pero no lo haces. Te llamas estúpido por pensarlo siquiera, ya sabes que no hay nada; pero, aquí solo y en penumbra, parece tan real este hado. Y no te vuelves. ¿Y no te vuelves? ¿O sí? ¡Claro que te vuelves! Bueno, en realidad solo soslayas los ojos, como queriéndote engañar. ¿Engañarte? Cómo si eso fuera posible.
Me adentro en la cama despacio. No quiero romper tu tercer sueño, lo hago con sumo cuidado, aunque sé que te das cuenta, siempre lo haces. Te desplazas lo justo para dejarme mi hueco. Y envuelvo tu acurrucar. De pronto mis sentidos se tornan arco-iris. Los nervios, los picores, el cavilar, se desvanecen en el humo que mana tu cuerpo, de tu calor vital, conservado con tu tapar hasta más allá de tu lindo cuello. Entre tu espalda y mi pecho no quedan espacios. Me aprieto todo lo que puedo sin traspasar la línea de lo molesto. Acaricio mi pierna muy suave por la tuya que comienza a acompañar el baile. Un escalofrío recorre todo mi ser, sacudiéndose como  perrillo que se quita el agua. Alargas tu mano hasta mi nalga y nos envasas al vacío con una caricia que me incrusta más a ti, ¡sí! Y logro olvidarme del mundo. Y él viene al fin con la paz y el sueño.
 ¡Ya estás aquí!, gracias…hasta mañana…



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Javi.
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