jueves, 27 de octubre de 2011

TRES LUNAS




Cuatro y media de la madrugada. Ya voy paseando por la tercera luna de esta noche que no llega a su fin. El encargado de velar el sueño salió a pasear y no parece querer atender mi llamada.
Me faltaba el tiempo para que acabara el sol su recorrido, no veía el momento de que se esfumaran las prisas, las llamadas, las venidas tras las idas, los peros, los me hace falta, los es que, y los ASCO. Los asco…
¿Sabes de lo que te hablo, verdad? De esos días que se tuercen antes de que hayas puesto el pie en el suelo; en los que ya el despertador en lugar de su sonido habitual (asqueroso de por sí), te tira de la cama con un: “¡hoy te voy a joder, hoy te voy a joder!”, con timbre de gallo resfriado.
Y pasas el día con la máscara puesta, como la mayoría de la gente con la que te cruzas, cada uno con la suya y con distintos motivos. ¿O qué te crees…? ¿Que la dependienta que te mira con una sonrisa de lado a lado tras tu décima pregunta sobre las características de las pinzas de tender es real? Mmmm… ¡Mírale a los ojos! Que la sonrisa es para distraer tu atención.
Y por fin, a las tantas,  llegas a casa. Una ducha larga, dejando que el agua corra desde tu cabeza levantada, con los ojos bien cerrados proyectando las imágenes del día, con la estéril intención de que el agua los arrastre, y que lleguen a tus pies para pisotearlos y devolverles el favor; te enfundas el pijama de la rana y las zapatillas (¿te has mirado tú cómo vas por casa?); una media cena fría con lo que pillas por el frigorífico, comida porque algo hay que comer; y al final, te tiras a tu sofá con un giro de ciento ochenta grados y medio tirabuzón.
Me duele la vista. No hay muchas ganas ni de leer, así que te rindes a la caja tonta. La caja tonta… Sí, claro, la tele, cosa sencilla de decir. Era menos complicado cuando había un canal tan solo; veías lentejas. Ahora no ves ni eso: cambias y cambias con la varita mágica (¡qué invento! Antes si el padre quería cambiar –cuando ya pusieron el segundo canal- le soltaba una colleja al más pequeño, “para darle impulso”, y no le hacía falta abrir la boca, ya sabía éste lo que tenía que hacer. Las collejas se iban heredando de un hermano a otro, y cuando dejaban de dártelas te sentías mayor, y te parecía que tu padre te miraba de otra manera) ¡Umm! ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí!: Cambias y cambias con la varita mágica, huyendo de culebrones, series interminables que te niegas a ver porque te condenas a estar pendiente cada semana de no perderte el capítulo, tele tiendas que te venden esas cosas tan útiles ¡Noloentiendas!...Total, que acabas haciendo lo que haces cuando vas a votar, si es que vas: Te quedas con lo menos malo: Un documental. Lo peor es cuando es de bichos; que ya desde que ves el primero te comienza a picar. ¿No te pasa? ¿Que no puedes evitar el rascarte? Comienza de apoco, y alargas la mano sin darte cuenta, y haces como el que se quita una pelusa primero, así, descuidado; pero, el picor comienza a hacerse más y más intenso, y de pronto hablan de la reproducción de los piojos, y el picor se vuelve insufrible, no quieres seguir rascándote, pero es imposible parar, se propaga por todo el cuerpo, mientras más te rascas más te pica, hasta que el picor se vuelve dolor y te levantas a darte otra ducha para aliviarlo. Bueno, eso, o cambias de canal, que es más sencillo. Y entonces aparece: El interesantísimo documental de “El bostezo de los chimpancés y su contagio”. Esto promete, voy a hacer unas palomitas, con un poco de suerte me entrará el sueño.
Y aquí estoy: envuelto en el aroma de las palomitas calientes viendo a los primates. No quiero ni pensar el día que emitan el de los bostezos del piojo, ¡menuda fiesta!
Pero; de pronto, casi me atraganto ahí tumbado. Mi vista ha ido a blanco y las imágenes de una noticia vista hace unos días me han estrujado como una anaconda llena de espinos. Me falta el aire. Me sobra humedad en los ojos y rabia en las entrañas. Me avergüenzo de pertenecer a esta raza autodenominada humana y racional. Racional…
Una niña. Dos palmos. Uno por año. Despistada de su madre vaga por una calle. Supongo que llorando aterrada por verse sola. No lo sé, lo supongo porque tuvieron la delicadeza de emborronar su imagen. De pronto se aprecia que se le acerca una furgoneta. No muy deprisa, pues es una calle muy estrecha llena de bultos y obstáculos descuidados. Por las palabras del periodista acierto lo que va a ocurrir. Y apretó los puños, y el culo; y alargo los brazos con la vana y desesperada intención de evitar lo que ya ha ocurrido. “¡No, para cacho carbón! ¡Si la tienes que estar viendo! Es menuda; pero la tienes delante”. Y le pasa por encima una rueda. La furgoneta para. Duda un instante, y ahora es la siguiente rueda la que veo pisotear el cuerpecillo. “¡Cabrón!” Grito llorando impotente. No me la quito de la cabeza. Criatura, pobre cría. Después estuvo largo rato tendida en el suelo abandonada a su suerte. Hasta una docena de personas (de personas…casi me duele llamarles así), pasó a su lado, me refiero que tuvieron que cambiar su rumbo para no pisarla, y no hicieron nada, la ignoraron. La pobre niña quedó allí para que la volviera a atropellar esta vez un camión.
La última vez que hablaron de ella estaba en muerte cerebral.
Ya no han dicho nada más. Ahora se dedican a bombardearnos con las macabras imágenes de un dictador caído. No sé exactamente qué habría hecho este mal hombre. Aparentemente lo mismo de siempre, solo matar a su pueblo; pero por alguna razón, que no alcanzo a comprender, ahora no interesa seguir mirando ombligos. La cuestión es que es la imagen de moda, y literalmente, la veo hasta en la sopa. Morbo, morbo y más morbo. Por favor. Dame la noticia, una imagen (que no la quiero ni me hace falta para nada) si es que te ves en la necesidad, y como dicen en Argentina: “¡listo!”.
Es la ley de la desinformación, o de la información tendenciosa. Prefieren pasarse diez minutos hablando del frío. Por mucho que lo quieran vender como noticia, en invierno hace frío y en verano calor. Pasa todos los años, cuando sea al revés dímelo (por si no lo veo yo) que todavía tendrá un significado.
Casi las cinco. Éste no viene a buscarme (el que vela mis sueños); pero me voy. Estoy helado y creo que los dedos de los pies se han ido porque no los siento. Por fin llega el frío. Bueno, por fin para el que le guste el frío. Ahora ya podrán cambiar de noticia:” ¡Llega el frío!”. El premio Pulitzer te voy a dar.
Además llega ya esa hora inquietante y extraña en que los fantasmas parecen rondarte. Esos que se asoman por detrás y sientes su aliento tras la oreja. Quieres volverte para comprobar que solo son imaginaciones tuyas; pero no lo haces. Te llamas estúpido por pensarlo siquiera, ya sabes que no hay nada; pero, aquí solo y en penumbra, parece tan real este hado. Y no te vuelves. ¿Y no te vuelves? ¿O sí? ¡Claro que te vuelves! Bueno, en realidad solo soslayas los ojos, como queriéndote engañar. ¿Engañarte? Cómo si eso fuera posible.
Me adentro en la cama despacio. No quiero romper tu tercer sueño, lo hago con sumo cuidado, aunque sé que te das cuenta, siempre lo haces. Te desplazas lo justo para dejarme mi hueco. Y envuelvo tu acurrucar. De pronto mis sentidos se tornan arco-iris. Los nervios, los picores, el cavilar, se desvanecen en el humo que mana tu cuerpo, de tu calor vital, conservado con tu tapar hasta más allá de tu lindo cuello. Entre tu espalda y mi pecho no quedan espacios. Me aprieto todo lo que puedo sin traspasar la línea de lo molesto. Acaricio mi pierna muy suave por la tuya que comienza a acompañar el baile. Un escalofrío recorre todo mi ser, sacudiéndose como  perrillo que se quita el agua. Alargas tu mano hasta mi nalga y nos envasas al vacío con una caricia que me incrusta más a ti, ¡sí! Y logro olvidarme del mundo. Y él viene al fin con la paz y el sueño.
 ¡Ya estás aquí!, gracias…hasta mañana…



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Javi.
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sábado, 22 de octubre de 2011

PARADA Y FONDA

PARADA Y FONDA

Días que se empeñan en no acabar,
años que pasan con prisa
y van llenando la alcancía.
Sin percibirlo
hace tiempo que caminas de vuelta
Y echas cuentas…
Y aciertas a comprender que alguna moneda
se coló por la rendija de la estupidez,
la perdiste entre los zarzales del destino.
Miras en cambio otras que encontraste,
que rodaron hasta ti,
ya no recuerdas dónde ni cuándo,
o no interesa saberlo,
y las vuelves a guardar en el bolsillo del olvido.
Quién sabe, podrían hacer falta.

El tiempo se ha limpiado los pies
en el felpudo de tu cara.
El tiempo va soltando algún caramelo
con que endulzar tus recuerdos.
Sin plano, sin instrucción, sin dirección aparente.
Y te haces preguntas.
Y hay veces que las contestas.
Eso es lo malo, que las contestas,
y no siempre te gusta lo que dices,
ni mucho menos lo que oyes.

Y terminas haciendo parada y fonda.
Y te preguntas qué pedir.
Y miras la carta y te das cuenta
de que lo más caro es la felicidad,
por eso la sirven en pizcas.
Pediría cuarto y mitad para tener medio kilo,
ya veré cómo lo pago.

Miedos no,
que de miedos estoy servido.
Ya me cansé de que me comieran
la oreja tantas noches,
y se me rieran tantos días.
Los envolví en bilis y los guardé bien hondo
para que no me molesten demasiado.

La sala está llena de caminantes.
Unos corren y juegan llenos de energía
sin pensar ni siquiera en comer,
se alimentan de su traje recién
estrenado a plato lleno.
Otros tragan con ansia sin masticar,
no teniendo boca para tanto.
No habrá sales para tantos gases.
Hay uno de suelas gastadas
mirando fijo el plato,
sin saber muy bien qué ha comido.
La insatisfacción será su santa compaña.
Otro como él
alarga orgulloso la sobremesa,
luciendo barriga oronda
después de un gran banquete.
Ahora mira con calma al resto
esperando la hora de su siesta.

Y yo…
Yo pediré el menú degustación,
largo y sabroso,
a ver qué me sirven,
y seguiré camino.





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Javi
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martes, 23 de agosto de 2011

SEIS MESES




Seis meses sin ti.
Seis meses de sentires enfrentados.
La realidad aún golpea mi frente
al abrir la puerta de la
habitación y no encontrarte;
a la par que me alegra el sueño.
No habrá costumbre para ésto, lo sé.
Es mi ilusionada condena.
Mezcla de vacíos y plenitud.
De alegrías y tristezas.
Tan adulta, tan indefensa.
He esperado tanto este momento, y ahora…
Añoro el brillo de tus ojillos al regalar tu hola,
tus pequeñas mentiras,
tus grandes verdades,
tus miedos que fueron míos.
Vuelves a dar primeros pasos.
 Extraña mezcla de dulzor amargo
que soslaya mis vacíos.
Oquedad plena de ti…
Refuerzo los temores,
los deseos de que vueles,
de que vivas tu vida,
a tu manera,
de que seas inmensamente feliz.
Seis meses sin una parte de mí,
y me siento tan bien por ti.


viernes, 19 de agosto de 2011

HOY HE VISTO

Hoy he visto dos monjas besar sus labios
bajo el cálido sol de la plaza de San Pedro.
El camarlengo suspira complacido por tanto amor
mientras la sumo pontífice amamanta a su hijo recién parido.

Los colibríes detienen por fin sus alas, ralentizan
sus ansias por libar y comienzan a observar el mundo con calma.

Mientras, las urracas se transforman en palomas.
Ya no les atrae el brillo banal y estéril;
ya no besan fingido en campaña de promesas no cumplidas.
Ya no llevan por el mar las liebres, por el monte las sardinas.

Los unos desatan a los perros de sus longanizas.
Los otros  consiguen la ansiada cuerda para atar sus
vientres hinchados. Por fin los desesperados esperanzan.

Robin Hoot ya no encuentra motivos, y Alí Babá
no consigue formar su banda entre las cajas de caudales.

Ya los unicornios rascan las barrigas de las ballenas,
allá en lo alto de las cumbres nevadas,
donde culmina el correr del agua y se embalsa
dócil para escuchar y ser escuchada.

El muecín canta su bello adhan desde lo alto del minarete
convocando al salat, mientras los hijos de Judea escuchan
con alegría los cánticos a su mismo dios.

Hoy he visto estas cosas…
hasta que el despertador rompió mi sueño de una hostia.




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viernes, 12 de agosto de 2011

ARDO

Ardo en deseos de correr tus dunas,
de perderme en tus valles,
de saciar mi sed en los humedales
de tu boca.
Ardo en deseos de andar tu mundo,
vivir en cada etapa una vida,
olvidar darle cuerda al reloj.
Ardo en deseos de
amarte después de amarte,
de acariciarte tras los besos,
de hablarte más allá de
nuestro decir mudo.
Ardo en deseos de caminarte de nuevo,
de respirar tus suspiros,
de disfrutarnos al tiempo.
Que mi cuello sienta tus labios.
Que los míos palpen el deseo
tras tu estremecer.
Los susurros.
Las miradas.
Los instantes que pasan
y no quieres dejar marchar.
La música de nuestros cuerpos
a media luz,
a media voz,
a pleno pulmón.
Ardo en deseos de recordar
nuestra próxima noche de pasión.



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jueves, 11 de agosto de 2011

QUE VENGA YA

De mirarme tanto el ombligo ya me pregunta
quién compondrá un réquiem para mí.
Es más, me dice, ¿para qué?
Si nadie habrá que entone un responso.
A mí me da igual.
Ya llevo muerto mucho tiempo y no espero
a nadie en la caja que me acompañe.
Me dolieron tus reproches.
Me destrozaron tus gritos.
Me mataron tus silencios, tu ausencia.
Qué diminuto me siento en este ataúd
que un día fue nuestro hogar.
Qué largos los pasillos,
qué dolorosa tu no presencia,
qué triste la cama al perder tu olor.
Ya pasaron los días de esperar la marcha atrás.
De esperar tu regreso.
De que llenes de nuevo mis sentidos.
De que me inpregnes de ti.
Ya tan sólo espero a que
la huesuda venga a por mí.
Que se acuerde al fin de que ya no vivo.
Que me lleve y se marche tu fantasma de una vez.
No quiero morir la vida sin ti.
No quiero vivir la muerte aquí.




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viernes, 5 de agosto de 2011

ARRIBA, ABAJO

Floto a la deriva cual tarugo seco
mientras la espuma acaricia mi cuerpo.
Floto a la deriva y gaviotas blancas
rompen el azul del cielo.

Arriba, abajo.
Arriba, abajo.

Suave vaivén del agua que
me susurra sus secretos.
Las sirenas hoy no cantan,
y escucho el silencio.
Cierro los ojos y me dejo llevar.
Necesito sentir la muda soledad
por tan sólo un instante.
Reencontrar el mundo, y la paz.
Y llenar mis tinajas de sueños.
Sueños despiertos.
De ojos grandes y vivos;
que abrazan, que envuelven.

Arriba, abajo.
Arriba, abajo.

Mecido veo el sol humillar.
La luna tímida asoma un ojo.
Las aguas oscurecen y besan al
cielo en un rincón allá a lo lejos.
Las estrellas se encienden sin prisa.
El viento se va por no molestar.
Sábanas de burbujas me abrigan.
Y entonces,
por fin…

Arriba, abajo.
Arriba…abajo.




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lunes, 1 de agosto de 2011

AL OTRO LADO DEL CRISTAL

Porto en mis entrañas mil mariposas preñadas
que tiran de mí hacia la luz.
Aquí está oscuro, la negrura me come por dentro;
me deja hueco, vacío, nada soy.
Mi cara plagada de heridas abiertas
refleja mi ansia por atravesar el cristal.
Embriagarme con tu luz cegadora,
estar a tu lado, mi meta final.
Pero, me estampo, y me estampo
y no consigo más que amargor
por verte ahí y no tenerte.
Por sentir tu esquiva presencia
que se place en no darme lo que busco.
El vidrio se vuelve opaco.
Tan sólo mi siniestro reflejo.
La desazón que quema.
Ardo, tiemblo…
y en eso me quedo.
En quereres ciegos,
En mariposas que morirán sin parir.
Siento que reviento y no logro vomitar.
No consigo agrietar el cristal.
No alcanzo a que salgan las palabras
de este capullo de sueños,
que serán devorados por sus propios gusanos.



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viernes, 29 de julio de 2011

VUELVO A SER MUJER




La morgue: Extraño lugar donde encontrar la paz.
Quince años han pasado desde aquella primera bofetada que me condenó al pozo negro de mi existencia. Ni siquiera te importó mis dos meses de preñada. Latigazo que nubló mi vista, que cegó mi ver la vida y se apoderó de mi inocencia.
“Dos copas, estrés, perdí los nervios, no sé qué pasó, no volverá a ocurrir, arrumacos, perdón, eres mi vida, no soy nadie sin ti…”
Y de pronto me vi cabalgada por ti. Tan sorprendida como con la cruzada de cara.
Te creí… ¿Te creí? Sí, te creí. Necesitaba hacerlo, ¡ingenua de mí! Caí en la red que nunca comprendí cómo se podía caer. Caí en tus ojos lastimeros, en tus caricias, en tus súplicas, en tus flores envenenadas.
Y fui feliz en mi engañoso querer olvidar. Me colmaste de atenciones. Volvías a ser el hombre que me enamoró hasta perder el sentido. Sentido que perdí a las tres semanas, cuatro días y tres horas después, cuando cruzaste mi otra mejilla sin habértela ofrecido.
“Tienes que tener más cuidado; ¿cómo has estado tan torpe?”
Palabras cínicas que pronunciaste con una sonrisa en los labios. En el hospital, mientras me cosían la cabeza. Qué torpeza la mía: caer justo contra la mesita de noche por tu ofrenda.
Callé. El médico me dedicó una mirada que parecía decir: “Son cosas que pasan”; o eso escuché de sus ojos. Y seguí callada. Miedo, vergüenza, o vergüenzamiedo; pero, callé. Sólo dos lágrimas gritaros su rabia y su asco por tus palabras: “Tienes que tener más cuidado…”
Si del amor al odio hay un paso, hasta el asco sólo hay una frase.
Quince años han pasado. Tu violencia creció tanto como tus miserables súplicas de perdón. Mi asco se ha alternado todo este tiempo con el absurdo amor que siento por ti. Incomprensible combinación que bebo a diario para tragarme el miedo.
Aprendí a llorar en silencio, a ver tras las gafas de sol en los días nublados, a ocultar mis temblores cuando te acercas a mí, a sonreír cuando bromeas delante de los amigos, a usar manga larga en verano. Aprendí a fingir para que terminaras antes de llegar a vomitar en la palangana de mi culpabilidad.
He sido cero durante muchos años. Me has anulado por completo. Ahora me repugna hasta mirar un espejo. Siento pánico de vivir así y de vivir distinto.
Hoy me he levantado tras un extraño sueño: Estaba en la morgue. Me habían llamado para reconocerte. A mí, que ya me sobra el “re” y el “conocerte”, ¡maldito día! Las gafas de sol ocultaban dos lágrimas que gritaban de alegría volviéndose dulces mientras te veía ahí tumbado. Un cuchillo atravesaba tu pecho. Un médico me preguntaba si eras mi marido. “Son cosas que pasan” explicaba al decirle que sí. “Aprenderé a vivir sin él –contestaba yo con una sonrisa-; Tengo más cuchillos en la cocina”.
Extraño sueño como te decía.
No, no temas. No mereces ya la pena. No estropearé más mi vida por ti. Ya me liberé. No perderé ningún cuchillo. Ya te maté. En sueños; pero, te maté. Y contigo terminé con mis miedos, mis ascos, mis vergüenzas; y atrapé la indiferencia por ti.
Hoy haré lo que tenía que haber hecho quince años atrás. Justo en el instante en que me levanté tras tu primera guantada. Iré a la comisaría. Sin sentirme nunca más culpable de nada, el culpable eres tú, y recuperaré el sentirme mujer.




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miércoles, 27 de julio de 2011

APRENDIZ



Puntadas sin patrón.
Sobre áspero yute,
con hilo de esparto
y agujón de embastar.
Sobre delicada seda,
con hebras de oro
y fino cristal.
Puntadas con tela de araña
en lienzo raído por polilla.
¿Saldrá bien?
¿Saldrá mal?
¿Cómo saldrá…?
Dedos plagados de callos
se encogen con los pinchazos.
Sorpresa, dolor…¡sangre!
El dedal no es siempre el remedio.
Aprendiz de guipures,
de punto de cruz;
sin clarión que seguir.
Zurzo sueños desgarrados
que caerán en cajones de olvido.
Hilvano caminos de mesa
saltando de puntillas por ellos.
Apreto labios y saco lengua
al apuntar para enhebrar los pecados
por la aguja de la indiferencia.
Bordo sábanas que compartir,
hago finas puñetas
y aprendo a tejer el sudario que portaré
con los descosidos
que encuentro en mis retales.



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viernes, 22 de julio de 2011

A VER SI TENGO UN RATITO Y ME SUICIDO



La idea vive a mi lado hace un tiempo. Acompaña mis conversaciones de a uno de vez en cuando. No tengo más motivos que otros; ni menos tampoco. No es por nada en concreto, por un hecho puntual, no; es por todo.
No es por meter la pata algunas veces y molestar a un amigo con mis palabras; unas veces inoportunas, en ocasiones de más, no. Me duele el hacerlo cuando me doy cuenta; mas, espero que comprendan que no hay maldad en mis intenciones. ¿Torpeza? Lo más probable.
No es por perder un amor. Mascar su ausencia durante cien días, vomitarla mil noches. Sentir el ardor en las entrañas. Tejer un abrigo de espinas con ellas y clavar las agujas de hacer punto en mi corazón al terminar. Añorar sus palabras, sus besos, sus caricias, su sola presencia. No aceptar su olvido. No poder contestar a las preguntas que hace mi deseo. Deseo de tenerle de nuevo a mi lado, de compartir espacios, de abrazos sin fin, de confesiones, de complicidades, de lujuria, de pasión, de…
¿Por qué, cuándo, cómo pasó? ¿Cómo he terminado viviendo de las fotografías de años pasados, de cajones nunca abiertos, de heridas no cerradas?
Y te ves de pronto con una botella de limpiador en la mano. La levantas. La acercas a tu boca mientras bizqueas en su interior y llega su olor intenso a desinfección justo antes de que humedezca tus labios. Y de pronto recuerdas las palabras de alguien que ya probó el método: “El limpiador no te mata; pero, te deja un dolor de tripas que te acuerdas el resto de tu vida. Al hospital corriendo, lavado de estómago, y terapia”.
¡Coño! Pues tampoco es cuestión de sufrir sin necesidad; y no tengo tiempo para hospitales.
Y piensas en ir al baño: Desnudarte despacio mientras las imágenes de tu vida se agolpan intentando salir todas a la vez. Doblas la ropa con pliegues de ritual religioso, y la dejas caer al suelo resaltando el sentido absurdo de lo anterior. Y te sientas en la bañera de uno veinte. Acurrucado en estrecheces. Estrecheces hasta para irte, piensas. Y sientes el frío de la losa, el ardor de tu cuerpo, el grifo en la espalda. La cuchilla en tu mano tiembla. Estás seguro de tus dudas. Y escuchas tu latir, el salado del sudor al resbalar por tu piel, el bello al ponerse en pie para observarte. Y sigues dudando: ¿Me hago dos pulseras en las muñecas, para que venga la muerte despacio, como en un sueño placentero, dando tiempo a que la casualidad venga a verme en forma de visita inesperada y me encuentren a tiempo; o dibujo un profundo zic-zac a lo largo de mis brazos para que sea rápido y sin vuelta atrás?
Pero, mi cuerpo se adelanta a mi pensar; siempre lo hace, siempre con sus prisas.
Voy a un parque. Me siento en un banco. El viento sopla con energía, provocando el griterío en los árboles alborotados. Mecen sus ramas todos en la misma dirección; como señalando el juego que mantienen una pareja de gorriones en incansable persecución. Veintidós grados, ¡OH! Por fin un respiro del caluroso verano. Una pequeña perrita da saltos con la inútil intención de alcanzar a los pájaros mientras les ladra. Después se cansa y comienza a rebozarse en la hierba con evidencias de goce, convulsionada de placer.
Alzo la mirada al cielo. Estoy en ninguna parte, estoy en todas. A un lado del horizonte es de día, a su contrario, a lo lejos, la noche comienza a dominar. Sobre mí un cielo de luces turbias carente de nubes me observa. El mirar es mutuo durante un buen rato; pero, me vence en el pulso; cierro los ojos y me dejo llenar de vida. Soy viento que me despeina, soy hoja que abandona su hogar, soy pájaro que vuela, soy perrita en la hierba, soy mirar al cielo, al sol que se oculta, a la luna que velará sus sueños.
Y de pronto me doy cuenta de que siempre hay algo en el camino. Algún instante que merece la pena. ¿Para qué coger atajos y perderlos? Si total, llegar llegaré, no sé dónde; pero, llegaré. ¿Para qué las prisas? Los que las tuvieron nunca me han contado nada, ni bueno ni malo del más allá; y los que volvieron a la senda a última hora, por la suerte de una visita inesperada, no dejan de agradecer su fracaso, de gozar algunos instantes.
Qué hueco sería el orgasmo de una pareja, qué sin sentido, si sólo existiera el clímax, la culminación del acto. Qué soso y rancio sin caricias, sin besos, sin pararse a oler una flor, sin recrearse en el camino que lleva a ese final, sin un rozar de cuerpos, sin un apretar de nalgas, sin un hundir de uñas en piel ajena, sin un enredar de pelos, sin un despeinar, sin deseo de andar, de detenerse para un mirar que dice: “¿por qué paras? Sigue”, sin unas manos que responden: “no hay prisa”, sin un comenzar de nuevo, para recrearse, para respirar juntos de nuevo el aire exhalado, para disfrutar de nuevo el momento pasado, para retrasar el tiempo que no importa, que no cuenta, que no existe, para hacer de dos uno, en un momento, el buscado, el tan deseado, el que llega despacio, anunciándose en silencioso grito, en mirares enfrentados, en mudos labios que se estrujan, en un contraer de músculos que parecen romper, en un cogerse de manos tensas, en un terremoto interior que hace temblar el mundo, su mundo…
Sin atajos. No quiero atajos.
Además, estoy muy ocupado, no tengo tiempo. Vivir me ocupa todas las horas, todos los minutos.
Hay demasiados pájaros que vuelan, hojas que caen, perritas en la hierba, gente para conocer, con quien conversar, con quien compartir, con quien amar.
Estoy muy ocupado viviendo. A ver si tengo un ratito y me suicido.
Llámame loco; pero, no tonto.




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lunes, 18 de julio de 2011

AMANECERÁ

El sol llamará tímido al nuevo día.
Despertará mi no dormir.
Esbozando las lomas,
incendio en las nubes,
mechando las hojas con tonos dorados.
La noche se irá.
Se llevará el canto a la amargura,
las horas que no avanzan,
el recuerdo del olor de tus abrazos,
de la caricia de tus dedos largos en mi pelo,
el respirar tu aliento;
tibio, dulce…agrio al añorarte.
El latir juntos de nuevo.
El sentir tu presencia.
El olvidar tu ausencia.
Amanecerá…
Y la noche dejará su recuerdo en mis ojos.
Reflejo de tus besos no dados.
Del mirar no correspondido.
Del blanco de la luna que atormenta silencios
con su caminar escondido.
Amanecerá.
Y el sol anunciará por fin tu regreso.
Volverás de tu viaje.
Una noche sin ti…
Amanecerá.




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martes, 12 de julio de 2011

DOLORES DE PIANO.

Claudia gira la llave mientras intenta recuperar el resuello perdido después de subir hasta el cuarto piso, más un estrecho tramo final de escaleras que le han conducido por fin a su destino.
Jadeante, entra en casa desconocida.
Un corto pasillo le conduce a un amplio salón abuhardillado. Casi es de noche y la luz entra tímida por la claraboya.
A pesar de la media luz, descubre el ordenado caos que reina. Multitud de instrumentos coleccionados salpican la estancia. Tropieza con un viejo piano, mientras distrae la vista en un cuadro de Mozart niño: sentado frente al piano en la recreación de su primer concierto.
Dirige la mirada al teclado siguiendo su índice que va saltando de nota en nota sin compás determinado mientras comienza un monólogo susurrado:


“Aquí es donde vives…
Rodeada de tus instrumentos. Tus cacharros como yo te decía cuando, harta de mi dolor de cabeza, te reñía cuando tocabas.
Recuerdas: tenías cinco años, como Mozart en ese cuadro, cuando tu padre te compró tu primer teclado.
“No le hará caso” Le dije… ¡Qué equivocada estaba! Ese primer teclado abrió la caja de Pandora y tú eras el vendaval que no podía dejar de tocar. Si hasta dormías con el instrumento de turno.
¿Recuerdas la murga que distes con la flauta? Tus deditos no podían, todavía, salvar la distancia entre los agujeros y taparlos todos. Tú te enfadabas al desafinar y de la rabieta estampabas el instrumento contra el suelo. Hasta que un día… se rompió.
¡Bendita la hora! Pensé.
A los días me reproché el pensamiento. No sólo por la pena que me dio ver esos dos lagrimones salir de tus verdes ojos, recorrer con prisas tus mejillas y caer con furia, contagiadas de tu rabia hasta romperse en el suelo, al igual que el objeto de tu desdicha. No, no fue sólo por eso.
Te pasaste a la guitarra. Lo peor vino cuando te dolieron tanto las yemas que decidiste enchufarla a la corriente. “Con la púa no me duele” decías.
Por aquel entonces contabas dieciocho años justitos.
Dieciocho años…
¿Qué mala época pasamos! ¡Cuántas disputas por todo! Si hasta te enfadabas cuando te llamaba “Loli”. Me llamo Dolores, replicabas siempre.
La música era una escusa más para discutir. Todos lo sabíamos…
Tú, tu padre…yo.
Lo que hubiéramos dado por saber qué te ocurría. Qué rondaba por tu cabeza. Qué te atormentaba.             Qué hacía que de pronto pareciera que nos odiaras tanto…
No somos perfectos, lo sé.
“Don Perfecto murió y está enterrado junto a don Preciso” –Tu padre y sus refranes-.
Mas, sin serlo, siempre hemos procurado lo mejor para ti. Siempre andábamos cambiando turnos en el hospital. Continuos juegos de malabarismo para que nunca te faltara uno de los dos. Recogerte del colegio, llevarte a clase de natación…de música. No te faltaba de nada; pero tú, inconformista por naturaleza no admitías tener que seguir nuestros pasos (como hicimos nosotros mismos con resignación) y estudiar medicina. Querías vivir tu vida, tu elección, a tu manera.
Cariño, viniste sin libro de instrucciones, como siempre te decía en broma; pero…te sentí… ¡te parí! Te llevé dentro de mí nueve meses y diez días (ya hacías lo que querías). Lo único que he pretendido todos estos años ha sido entenderte…
¿Qué pasaba por tu cabecita, mi niña…?
Ahora, veinte años después de tu rebelde marcha, me encuentro hurgando en tus cosas. Veinte años sin saber nada de ti. Veinte años sufriendo el día y agonizando la noche. Veinte años…
Aún recuerdo nuestra última discusión…
Tu padre, hombre normalmente sereno (cosa imprescindible en un cirujano), perdió los nervios. No entendía, y yo tampoco, cómo y por qué decías de pronto que no querías estudiar medicina, que no querías ser como tus padres.
Las cosas fueron de pronto a más y al final todos terminamos gritando. Tu padre mandote a tu habitación. Tú, tozuda como siempre, replicaste que era a la calle donde te ibas.
Te fuiste aquella tarde con tus zapatillas, tu pantalón vaquero, tu jersey del Che y con nuestros quebrados corazones, que saltaron de nuestro pecho al sentir el portazo.
No supimos de ti durante diez años…
Un día te vi. Estabas tocando una flauta. ¡Una flauta…! A tu lado, otra chica golpeaba una pandereta sin mucho acierto. En medio de las dos, una gorra con monedas.
No me viste. Pasé por detrás de ti y no saqué valor para hacer lo que realmente quería: ¡Abrazarte, besarte! Estrecharte en mis brazos y no soltarte más. Darte todos los atrasos de cariño que te debía.
Doblé la esquina. Quedé parada.
¿Cómo soy tan tonta? Me dije.
Mis ojos llenos, de lágrimas, no tenían rencor; sólo cariño y el hueco dejado por mi corazón, hacía ya tanto tiempo, se llenaba de amargura.
Salí corriendo, pisando mis huellas y llegué al lugar donde tocabas…
…Te habías ido…otra vez.
Nunca me perdonaré haber perdido el tren…
Nunca volvimos a saber de ti…
Hasta la semana pasada.
El reloj de mi mesilla marcaba las 2.30. Tu padre hacía guardia esa noche. Cogí el teléfono, sobresaltada por su sonar. El corazón (que por alguna extraña razón volvió a mí con tus noticias) me dio un vuelco.
Apenas recuerdo: Dolores…hospital…ven.
El camino hasta el hospital sigue borroso en mí.
Sí recuerdo ver a tu padre, que llegaba a la par que yo, a la puerta del edificio.
Su alma estaba desencajada, y asomaba por sus ojos buscando respuestas.
Nuestras miradas se cruzaron y, sin decirnos nada, entramos con prisas al lugar.
Ya nos esperaba Tomás. Un compañero de promoción de tu padre. Su cara ya adelantaba lo que iba a decirnos, después del escueto informe:
“Lo siento…no hemos podido hacer nada.”
Que aséptica y estéril suena la frase desde este lado. Cuanto vacío en ella. Cuanta frialdad.
Ahora entiendo las miradas recibidas; tantas veces como las que ha salido de mi boca la frase.
Nos dirigimos a la morgue. Solos; ya sabemos el camino. Ambos trabajamos una temporada aquí.
Al llegar a la sala, excesivamente iluminada, te vemos…
Alguien nos ha ahorrado el trabajo de bajar hasta tus hombros la sábana que te cubría.
Estás ahí. Expuesta. Rodeada de otros ojos que no ven.
Tu padre se abalanza sobre ti. Como queriéndote dar el calor perdido.
Llora.
Llora por primera vez en muchos años. Largo rato. Sólo interrumpe su llanto de tanto en tanto para, con ahogado grito, bramar: “¡Mi niña…mi niña no!
Yo no soy capaz. No puedo llorar. Estoy inmóvil; sin hacer nada…
Así llevo una semana.
Tampoco lloré en tu entierro.
Las miradas esquivas me parecían culpar de lo ocurrido.
Tu abuela…que lleva años diciendo: “Tenéis que ser fuertes. Ya volverá con el rabo entre las piernas. Ya se dará cuenta de lo que ha hecho”, no dijo nada. Cabeza humillada, remordimientos ocultos.
Cuánto orgullo de familia. Cuánto orgullo contagiado.
¿Para qué? ¿De qué sirve? ¿Para qué nos ha valido…?
 Cuánto tiempo perdido que no volverá. El tiempo pasa sólo en una dirección.
No puedo llorar. No puedo llorarte…
Tengo miedo que mis lágrimas sean la despedida que nos separe más.
¡Cómo si eso fuera posible!
¿Por qué, Señor? ¿Por qué has permitido que se fuera? ¿Por qué has consentido que se atiborrara de pastillas y acabara con su vida? Tú que has pasado por la desdicha de perder a tu hijo en la tierra…Tú…
¿Por qué, mi niña?
Quizás viviste demasiado deprisa y te cansaste de sentir la vida… ¿qué querías…? ¿Sentir la muerte?
¿Qué te ha pasado estos años? ¿Cuánto has sufrido para llegar a esto?
Seguiría tus pasos…pero temo de Dios.
Sólo me queda nada. La nada me ahoga.
Llévame pronto Señor…llévame pronto.
Si pudiera volver atrás. Abrazarte cuando te vi tocar en la calle.
O más atrás aún…
Cuando distes el portazo para no volver…
Cuando tu padre te dio tu primer teclado…
Y comenzar de nuevo…
Acompañarte. Escucharte. Saber tus deseos y decirte: Adelante, te sigo. Estoy contigo. Vive la vida y sé feliz.
Pero… ¿quién sabe? Quizás estaría aquí, igualmente.
Quizás también me tomara tu última bolsita de té, que he encontrado mientras me asomaba curiosa a tu vida: Tus fotografías…tus libros…tu amada música. Ahora sé, estoy segura, que te gustó que en tu entierro sonara al viento el “Ave María” de Mozart.
Quizás…sería la misma historia.”


Claudia deja la taza, todavía caliente, en la encimera de la cocina.
Camina lenta en la penumbra, forzando la vista, sin querer perder ningún detalle de lo que le rodea. Quiere recordar. Llevarse todo en su mente y regurgitarlo a su pesar.
Toca de nuevo las teclas del piano.
Quiere sentir el rastro dejado por Dolores…
Y llora…
Por fin llora, largamente, acompañada por su silencio.





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YO NO TE BUSQUÉ


Ramera que te entregas por mieles.
Dulzor cortés que envenena,
que enrabia,
que ata voluntades.
Abrazo consentido,
cumplidos fingidos
que atrapan entrañas.
Revuelves existires con tu presencia.
Devuélveme a mi estado:
Ignorar la ignorancia.
Sin necesidad de decires,
sin contares…
sin soñares.
Sueños que nunca hubo.
Sueños que jamás soñé.

Ramera que llenas vacíos,
que de vacíos llenas.
Cuando solos estamos…
cuando te comparto.
Yo no te pedí.
Yo no te esperaba.
Ni siquiera te soñé.

¿Qué hacer contigo ahora?
Si resaltas carencias.
Si carencias me entregas.
Si recuerdas olvidos…
Si olvidos recuerdas.
Si tu visita agita mi vida.
Sal de mí,
o enséñame el camino.

Ramera de decires.
Ramera de contares.
Ramera de soñares…




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sábado, 9 de julio de 2011

Dos cuerpos, dos mentes, un camino. (I)



Nubes que detienen su viaje alertadas por el murmullo de las chismosas hojas de las copas.
Efímeras vidas que son mecidas en un calmo bailar que el soplo del cielo dirige.
Por debajo dos cuerpos desnudos dejan que sus vergüenzas entablen amistad, que se conozcan sin prisas.
Dos cuerpos casi niños que no necesitan nada más para estremecerse durante horas.
Uno junto al otro, sin espacios entre los dos, sin palabras… ¿para qué?
El tiempo parado para ambos, nada importa, todo tienen…todo quieren.
Besos sordos, caricias mudas, manos torpes…miradas tímidas que todo lo dicen.
¡Un ruido…! Los dos se sobresaltan, sus ojos se asombran, su interior tiembla, y las vergüenzas se asoman por las mejillas.
Las cabezas de un lado a otro intentando vislumbrar el motivo de su alerta.
Las hojas paran, segundos de dudas y espera…
Falsa alarma: comienzan de nuevo su baile.
Dos cuerpos. Tú y yo. Nada más…Nada menos.
Dos cuerpos furtivos que comienzan su andar.




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Dos cuerpos, dos mentes, un camino (II).




Dos cuerpos que comienzan a aprender que la escuela de la vida no hace concesiones, que es maestra vieja.
Y que hay que aprender cómo hacer huevos fritos un día, y al siguiente cocidos.
Aprender a estar juntos sin invadir espacios, sin pisar respetos y portar alegrías.
Aprender a compartir las horas… los minutos: Éste para ti, éste para mí, éste para los dos.

Dos corazones colmados entraron en la casa desvestida.
Los miedos que lucen por separado se diluyen al saberse unidos.
Atrás quedan los árboles cómplices, las hojas chismosas…
Las risas a media voz en los portales penumbrosos, el querer y no poder…
El jugar a las escondidas con el mundo.

Una habitación vacía. Dos miradas en girar callado y sereno observando la desnudez de las paredes frías, las cortinas ausentes, los cuadros adivinados, la cama que preside bajo los cristales agrietados.
Cuatro hombros que se encogen a la media luz que apenas consigue la única bombilla.
Dos sonrisas enamoradas, que se dicen; ¡Qué bonito, está todo!





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Dos cuerpos, dos mentes, un camino (III).



Dos mentes que suben confiadas al ascensor que creen es la vida.
Sus subidas, sus bajadas… su botón de parada. Todo controlado.
Más tarde pensarán que es una montaña rusa: con la emoción de ir hacia arriba en los ojos expectantes; la incertidumbre cuando toca bajar que oprime el vientre y quita el aire; la nada de las rectas insulsas siempre demasiado largas.
Al final las mentes se ven inmersas en un gran parque de atracciones, donde las cosas son confusas… engañosas.
Dos mentes que suben al trenecito. Agarraditas de la mano con toda la ilusión y esperanza, con todos sus sueños por romper. Buscando su globito, su toque de perfume. Se apean mustias, decepcionadas; con los costillares doloridos por los escobazos del enmascarado.
Laberinto de espejos que despistan las narices contra el cristal.
Absurdas reglas del tuerto gruñón de la caseta de tiro. “¿Cómo que no vale? Si le di, queda un hilito; pero le di…” Te vas mascando bilis sin tu regalo.
Casa del terror que da la risa. Casa de la risa que da pavor.  Noria a la que no debiste subir. Atracción de la que no te debiste caer. Carrusel de andar a ninguna parte. Payaso que inunda su alma con su llorar. Boleto que de pronto resulta premiado en la tómbola. ¡Qué más da el objeto que te lleves! Te ha tocado. Por una vez la mirada del que dice: “Lo pagaste dos veces” del animador, es para ti.
El puesto del rojo brillar de las manzanas recubiertas dulcemente. Con su palito incorporado para no enchartrase las manos, para no mancharse...
La lavadora que gira mágicamente regalando nubes de colores. Nubes que compartir en la puntita de la nariz…en labios abiertos. Labios de dulces besos.





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