viernes, 29 de julio de 2011

VUELVO A SER MUJER




La morgue: Extraño lugar donde encontrar la paz.
Quince años han pasado desde aquella primera bofetada que me condenó al pozo negro de mi existencia. Ni siquiera te importó mis dos meses de preñada. Latigazo que nubló mi vista, que cegó mi ver la vida y se apoderó de mi inocencia.
“Dos copas, estrés, perdí los nervios, no sé qué pasó, no volverá a ocurrir, arrumacos, perdón, eres mi vida, no soy nadie sin ti…”
Y de pronto me vi cabalgada por ti. Tan sorprendida como con la cruzada de cara.
Te creí… ¿Te creí? Sí, te creí. Necesitaba hacerlo, ¡ingenua de mí! Caí en la red que nunca comprendí cómo se podía caer. Caí en tus ojos lastimeros, en tus caricias, en tus súplicas, en tus flores envenenadas.
Y fui feliz en mi engañoso querer olvidar. Me colmaste de atenciones. Volvías a ser el hombre que me enamoró hasta perder el sentido. Sentido que perdí a las tres semanas, cuatro días y tres horas después, cuando cruzaste mi otra mejilla sin habértela ofrecido.
“Tienes que tener más cuidado; ¿cómo has estado tan torpe?”
Palabras cínicas que pronunciaste con una sonrisa en los labios. En el hospital, mientras me cosían la cabeza. Qué torpeza la mía: caer justo contra la mesita de noche por tu ofrenda.
Callé. El médico me dedicó una mirada que parecía decir: “Son cosas que pasan”; o eso escuché de sus ojos. Y seguí callada. Miedo, vergüenza, o vergüenzamiedo; pero, callé. Sólo dos lágrimas gritaros su rabia y su asco por tus palabras: “Tienes que tener más cuidado…”
Si del amor al odio hay un paso, hasta el asco sólo hay una frase.
Quince años han pasado. Tu violencia creció tanto como tus miserables súplicas de perdón. Mi asco se ha alternado todo este tiempo con el absurdo amor que siento por ti. Incomprensible combinación que bebo a diario para tragarme el miedo.
Aprendí a llorar en silencio, a ver tras las gafas de sol en los días nublados, a ocultar mis temblores cuando te acercas a mí, a sonreír cuando bromeas delante de los amigos, a usar manga larga en verano. Aprendí a fingir para que terminaras antes de llegar a vomitar en la palangana de mi culpabilidad.
He sido cero durante muchos años. Me has anulado por completo. Ahora me repugna hasta mirar un espejo. Siento pánico de vivir así y de vivir distinto.
Hoy me he levantado tras un extraño sueño: Estaba en la morgue. Me habían llamado para reconocerte. A mí, que ya me sobra el “re” y el “conocerte”, ¡maldito día! Las gafas de sol ocultaban dos lágrimas que gritaban de alegría volviéndose dulces mientras te veía ahí tumbado. Un cuchillo atravesaba tu pecho. Un médico me preguntaba si eras mi marido. “Son cosas que pasan” explicaba al decirle que sí. “Aprenderé a vivir sin él –contestaba yo con una sonrisa-; Tengo más cuchillos en la cocina”.
Extraño sueño como te decía.
No, no temas. No mereces ya la pena. No estropearé más mi vida por ti. Ya me liberé. No perderé ningún cuchillo. Ya te maté. En sueños; pero, te maté. Y contigo terminé con mis miedos, mis ascos, mis vergüenzas; y atrapé la indiferencia por ti.
Hoy haré lo que tenía que haber hecho quince años atrás. Justo en el instante en que me levanté tras tu primera guantada. Iré a la comisaría. Sin sentirme nunca más culpable de nada, el culpable eres tú, y recuperaré el sentirme mujer.




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miércoles, 27 de julio de 2011

APRENDIZ



Puntadas sin patrón.
Sobre áspero yute,
con hilo de esparto
y agujón de embastar.
Sobre delicada seda,
con hebras de oro
y fino cristal.
Puntadas con tela de araña
en lienzo raído por polilla.
¿Saldrá bien?
¿Saldrá mal?
¿Cómo saldrá…?
Dedos plagados de callos
se encogen con los pinchazos.
Sorpresa, dolor…¡sangre!
El dedal no es siempre el remedio.
Aprendiz de guipures,
de punto de cruz;
sin clarión que seguir.
Zurzo sueños desgarrados
que caerán en cajones de olvido.
Hilvano caminos de mesa
saltando de puntillas por ellos.
Apreto labios y saco lengua
al apuntar para enhebrar los pecados
por la aguja de la indiferencia.
Bordo sábanas que compartir,
hago finas puñetas
y aprendo a tejer el sudario que portaré
con los descosidos
que encuentro en mis retales.



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viernes, 22 de julio de 2011

A VER SI TENGO UN RATITO Y ME SUICIDO



La idea vive a mi lado hace un tiempo. Acompaña mis conversaciones de a uno de vez en cuando. No tengo más motivos que otros; ni menos tampoco. No es por nada en concreto, por un hecho puntual, no; es por todo.
No es por meter la pata algunas veces y molestar a un amigo con mis palabras; unas veces inoportunas, en ocasiones de más, no. Me duele el hacerlo cuando me doy cuenta; mas, espero que comprendan que no hay maldad en mis intenciones. ¿Torpeza? Lo más probable.
No es por perder un amor. Mascar su ausencia durante cien días, vomitarla mil noches. Sentir el ardor en las entrañas. Tejer un abrigo de espinas con ellas y clavar las agujas de hacer punto en mi corazón al terminar. Añorar sus palabras, sus besos, sus caricias, su sola presencia. No aceptar su olvido. No poder contestar a las preguntas que hace mi deseo. Deseo de tenerle de nuevo a mi lado, de compartir espacios, de abrazos sin fin, de confesiones, de complicidades, de lujuria, de pasión, de…
¿Por qué, cuándo, cómo pasó? ¿Cómo he terminado viviendo de las fotografías de años pasados, de cajones nunca abiertos, de heridas no cerradas?
Y te ves de pronto con una botella de limpiador en la mano. La levantas. La acercas a tu boca mientras bizqueas en su interior y llega su olor intenso a desinfección justo antes de que humedezca tus labios. Y de pronto recuerdas las palabras de alguien que ya probó el método: “El limpiador no te mata; pero, te deja un dolor de tripas que te acuerdas el resto de tu vida. Al hospital corriendo, lavado de estómago, y terapia”.
¡Coño! Pues tampoco es cuestión de sufrir sin necesidad; y no tengo tiempo para hospitales.
Y piensas en ir al baño: Desnudarte despacio mientras las imágenes de tu vida se agolpan intentando salir todas a la vez. Doblas la ropa con pliegues de ritual religioso, y la dejas caer al suelo resaltando el sentido absurdo de lo anterior. Y te sientas en la bañera de uno veinte. Acurrucado en estrecheces. Estrecheces hasta para irte, piensas. Y sientes el frío de la losa, el ardor de tu cuerpo, el grifo en la espalda. La cuchilla en tu mano tiembla. Estás seguro de tus dudas. Y escuchas tu latir, el salado del sudor al resbalar por tu piel, el bello al ponerse en pie para observarte. Y sigues dudando: ¿Me hago dos pulseras en las muñecas, para que venga la muerte despacio, como en un sueño placentero, dando tiempo a que la casualidad venga a verme en forma de visita inesperada y me encuentren a tiempo; o dibujo un profundo zic-zac a lo largo de mis brazos para que sea rápido y sin vuelta atrás?
Pero, mi cuerpo se adelanta a mi pensar; siempre lo hace, siempre con sus prisas.
Voy a un parque. Me siento en un banco. El viento sopla con energía, provocando el griterío en los árboles alborotados. Mecen sus ramas todos en la misma dirección; como señalando el juego que mantienen una pareja de gorriones en incansable persecución. Veintidós grados, ¡OH! Por fin un respiro del caluroso verano. Una pequeña perrita da saltos con la inútil intención de alcanzar a los pájaros mientras les ladra. Después se cansa y comienza a rebozarse en la hierba con evidencias de goce, convulsionada de placer.
Alzo la mirada al cielo. Estoy en ninguna parte, estoy en todas. A un lado del horizonte es de día, a su contrario, a lo lejos, la noche comienza a dominar. Sobre mí un cielo de luces turbias carente de nubes me observa. El mirar es mutuo durante un buen rato; pero, me vence en el pulso; cierro los ojos y me dejo llenar de vida. Soy viento que me despeina, soy hoja que abandona su hogar, soy pájaro que vuela, soy perrita en la hierba, soy mirar al cielo, al sol que se oculta, a la luna que velará sus sueños.
Y de pronto me doy cuenta de que siempre hay algo en el camino. Algún instante que merece la pena. ¿Para qué coger atajos y perderlos? Si total, llegar llegaré, no sé dónde; pero, llegaré. ¿Para qué las prisas? Los que las tuvieron nunca me han contado nada, ni bueno ni malo del más allá; y los que volvieron a la senda a última hora, por la suerte de una visita inesperada, no dejan de agradecer su fracaso, de gozar algunos instantes.
Qué hueco sería el orgasmo de una pareja, qué sin sentido, si sólo existiera el clímax, la culminación del acto. Qué soso y rancio sin caricias, sin besos, sin pararse a oler una flor, sin recrearse en el camino que lleva a ese final, sin un rozar de cuerpos, sin un apretar de nalgas, sin un hundir de uñas en piel ajena, sin un enredar de pelos, sin un despeinar, sin deseo de andar, de detenerse para un mirar que dice: “¿por qué paras? Sigue”, sin unas manos que responden: “no hay prisa”, sin un comenzar de nuevo, para recrearse, para respirar juntos de nuevo el aire exhalado, para disfrutar de nuevo el momento pasado, para retrasar el tiempo que no importa, que no cuenta, que no existe, para hacer de dos uno, en un momento, el buscado, el tan deseado, el que llega despacio, anunciándose en silencioso grito, en mirares enfrentados, en mudos labios que se estrujan, en un contraer de músculos que parecen romper, en un cogerse de manos tensas, en un terremoto interior que hace temblar el mundo, su mundo…
Sin atajos. No quiero atajos.
Además, estoy muy ocupado, no tengo tiempo. Vivir me ocupa todas las horas, todos los minutos.
Hay demasiados pájaros que vuelan, hojas que caen, perritas en la hierba, gente para conocer, con quien conversar, con quien compartir, con quien amar.
Estoy muy ocupado viviendo. A ver si tengo un ratito y me suicido.
Llámame loco; pero, no tonto.




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lunes, 18 de julio de 2011

AMANECERÁ

El sol llamará tímido al nuevo día.
Despertará mi no dormir.
Esbozando las lomas,
incendio en las nubes,
mechando las hojas con tonos dorados.
La noche se irá.
Se llevará el canto a la amargura,
las horas que no avanzan,
el recuerdo del olor de tus abrazos,
de la caricia de tus dedos largos en mi pelo,
el respirar tu aliento;
tibio, dulce…agrio al añorarte.
El latir juntos de nuevo.
El sentir tu presencia.
El olvidar tu ausencia.
Amanecerá…
Y la noche dejará su recuerdo en mis ojos.
Reflejo de tus besos no dados.
Del mirar no correspondido.
Del blanco de la luna que atormenta silencios
con su caminar escondido.
Amanecerá.
Y el sol anunciará por fin tu regreso.
Volverás de tu viaje.
Una noche sin ti…
Amanecerá.




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martes, 12 de julio de 2011

DOLORES DE PIANO.

Claudia gira la llave mientras intenta recuperar el resuello perdido después de subir hasta el cuarto piso, más un estrecho tramo final de escaleras que le han conducido por fin a su destino.
Jadeante, entra en casa desconocida.
Un corto pasillo le conduce a un amplio salón abuhardillado. Casi es de noche y la luz entra tímida por la claraboya.
A pesar de la media luz, descubre el ordenado caos que reina. Multitud de instrumentos coleccionados salpican la estancia. Tropieza con un viejo piano, mientras distrae la vista en un cuadro de Mozart niño: sentado frente al piano en la recreación de su primer concierto.
Dirige la mirada al teclado siguiendo su índice que va saltando de nota en nota sin compás determinado mientras comienza un monólogo susurrado:


“Aquí es donde vives…
Rodeada de tus instrumentos. Tus cacharros como yo te decía cuando, harta de mi dolor de cabeza, te reñía cuando tocabas.
Recuerdas: tenías cinco años, como Mozart en ese cuadro, cuando tu padre te compró tu primer teclado.
“No le hará caso” Le dije… ¡Qué equivocada estaba! Ese primer teclado abrió la caja de Pandora y tú eras el vendaval que no podía dejar de tocar. Si hasta dormías con el instrumento de turno.
¿Recuerdas la murga que distes con la flauta? Tus deditos no podían, todavía, salvar la distancia entre los agujeros y taparlos todos. Tú te enfadabas al desafinar y de la rabieta estampabas el instrumento contra el suelo. Hasta que un día… se rompió.
¡Bendita la hora! Pensé.
A los días me reproché el pensamiento. No sólo por la pena que me dio ver esos dos lagrimones salir de tus verdes ojos, recorrer con prisas tus mejillas y caer con furia, contagiadas de tu rabia hasta romperse en el suelo, al igual que el objeto de tu desdicha. No, no fue sólo por eso.
Te pasaste a la guitarra. Lo peor vino cuando te dolieron tanto las yemas que decidiste enchufarla a la corriente. “Con la púa no me duele” decías.
Por aquel entonces contabas dieciocho años justitos.
Dieciocho años…
¿Qué mala época pasamos! ¡Cuántas disputas por todo! Si hasta te enfadabas cuando te llamaba “Loli”. Me llamo Dolores, replicabas siempre.
La música era una escusa más para discutir. Todos lo sabíamos…
Tú, tu padre…yo.
Lo que hubiéramos dado por saber qué te ocurría. Qué rondaba por tu cabeza. Qué te atormentaba.             Qué hacía que de pronto pareciera que nos odiaras tanto…
No somos perfectos, lo sé.
“Don Perfecto murió y está enterrado junto a don Preciso” –Tu padre y sus refranes-.
Mas, sin serlo, siempre hemos procurado lo mejor para ti. Siempre andábamos cambiando turnos en el hospital. Continuos juegos de malabarismo para que nunca te faltara uno de los dos. Recogerte del colegio, llevarte a clase de natación…de música. No te faltaba de nada; pero tú, inconformista por naturaleza no admitías tener que seguir nuestros pasos (como hicimos nosotros mismos con resignación) y estudiar medicina. Querías vivir tu vida, tu elección, a tu manera.
Cariño, viniste sin libro de instrucciones, como siempre te decía en broma; pero…te sentí… ¡te parí! Te llevé dentro de mí nueve meses y diez días (ya hacías lo que querías). Lo único que he pretendido todos estos años ha sido entenderte…
¿Qué pasaba por tu cabecita, mi niña…?
Ahora, veinte años después de tu rebelde marcha, me encuentro hurgando en tus cosas. Veinte años sin saber nada de ti. Veinte años sufriendo el día y agonizando la noche. Veinte años…
Aún recuerdo nuestra última discusión…
Tu padre, hombre normalmente sereno (cosa imprescindible en un cirujano), perdió los nervios. No entendía, y yo tampoco, cómo y por qué decías de pronto que no querías estudiar medicina, que no querías ser como tus padres.
Las cosas fueron de pronto a más y al final todos terminamos gritando. Tu padre mandote a tu habitación. Tú, tozuda como siempre, replicaste que era a la calle donde te ibas.
Te fuiste aquella tarde con tus zapatillas, tu pantalón vaquero, tu jersey del Che y con nuestros quebrados corazones, que saltaron de nuestro pecho al sentir el portazo.
No supimos de ti durante diez años…
Un día te vi. Estabas tocando una flauta. ¡Una flauta…! A tu lado, otra chica golpeaba una pandereta sin mucho acierto. En medio de las dos, una gorra con monedas.
No me viste. Pasé por detrás de ti y no saqué valor para hacer lo que realmente quería: ¡Abrazarte, besarte! Estrecharte en mis brazos y no soltarte más. Darte todos los atrasos de cariño que te debía.
Doblé la esquina. Quedé parada.
¿Cómo soy tan tonta? Me dije.
Mis ojos llenos, de lágrimas, no tenían rencor; sólo cariño y el hueco dejado por mi corazón, hacía ya tanto tiempo, se llenaba de amargura.
Salí corriendo, pisando mis huellas y llegué al lugar donde tocabas…
…Te habías ido…otra vez.
Nunca me perdonaré haber perdido el tren…
Nunca volvimos a saber de ti…
Hasta la semana pasada.
El reloj de mi mesilla marcaba las 2.30. Tu padre hacía guardia esa noche. Cogí el teléfono, sobresaltada por su sonar. El corazón (que por alguna extraña razón volvió a mí con tus noticias) me dio un vuelco.
Apenas recuerdo: Dolores…hospital…ven.
El camino hasta el hospital sigue borroso en mí.
Sí recuerdo ver a tu padre, que llegaba a la par que yo, a la puerta del edificio.
Su alma estaba desencajada, y asomaba por sus ojos buscando respuestas.
Nuestras miradas se cruzaron y, sin decirnos nada, entramos con prisas al lugar.
Ya nos esperaba Tomás. Un compañero de promoción de tu padre. Su cara ya adelantaba lo que iba a decirnos, después del escueto informe:
“Lo siento…no hemos podido hacer nada.”
Que aséptica y estéril suena la frase desde este lado. Cuanto vacío en ella. Cuanta frialdad.
Ahora entiendo las miradas recibidas; tantas veces como las que ha salido de mi boca la frase.
Nos dirigimos a la morgue. Solos; ya sabemos el camino. Ambos trabajamos una temporada aquí.
Al llegar a la sala, excesivamente iluminada, te vemos…
Alguien nos ha ahorrado el trabajo de bajar hasta tus hombros la sábana que te cubría.
Estás ahí. Expuesta. Rodeada de otros ojos que no ven.
Tu padre se abalanza sobre ti. Como queriéndote dar el calor perdido.
Llora.
Llora por primera vez en muchos años. Largo rato. Sólo interrumpe su llanto de tanto en tanto para, con ahogado grito, bramar: “¡Mi niña…mi niña no!
Yo no soy capaz. No puedo llorar. Estoy inmóvil; sin hacer nada…
Así llevo una semana.
Tampoco lloré en tu entierro.
Las miradas esquivas me parecían culpar de lo ocurrido.
Tu abuela…que lleva años diciendo: “Tenéis que ser fuertes. Ya volverá con el rabo entre las piernas. Ya se dará cuenta de lo que ha hecho”, no dijo nada. Cabeza humillada, remordimientos ocultos.
Cuánto orgullo de familia. Cuánto orgullo contagiado.
¿Para qué? ¿De qué sirve? ¿Para qué nos ha valido…?
 Cuánto tiempo perdido que no volverá. El tiempo pasa sólo en una dirección.
No puedo llorar. No puedo llorarte…
Tengo miedo que mis lágrimas sean la despedida que nos separe más.
¡Cómo si eso fuera posible!
¿Por qué, Señor? ¿Por qué has permitido que se fuera? ¿Por qué has consentido que se atiborrara de pastillas y acabara con su vida? Tú que has pasado por la desdicha de perder a tu hijo en la tierra…Tú…
¿Por qué, mi niña?
Quizás viviste demasiado deprisa y te cansaste de sentir la vida… ¿qué querías…? ¿Sentir la muerte?
¿Qué te ha pasado estos años? ¿Cuánto has sufrido para llegar a esto?
Seguiría tus pasos…pero temo de Dios.
Sólo me queda nada. La nada me ahoga.
Llévame pronto Señor…llévame pronto.
Si pudiera volver atrás. Abrazarte cuando te vi tocar en la calle.
O más atrás aún…
Cuando distes el portazo para no volver…
Cuando tu padre te dio tu primer teclado…
Y comenzar de nuevo…
Acompañarte. Escucharte. Saber tus deseos y decirte: Adelante, te sigo. Estoy contigo. Vive la vida y sé feliz.
Pero… ¿quién sabe? Quizás estaría aquí, igualmente.
Quizás también me tomara tu última bolsita de té, que he encontrado mientras me asomaba curiosa a tu vida: Tus fotografías…tus libros…tu amada música. Ahora sé, estoy segura, que te gustó que en tu entierro sonara al viento el “Ave María” de Mozart.
Quizás…sería la misma historia.”


Claudia deja la taza, todavía caliente, en la encimera de la cocina.
Camina lenta en la penumbra, forzando la vista, sin querer perder ningún detalle de lo que le rodea. Quiere recordar. Llevarse todo en su mente y regurgitarlo a su pesar.
Toca de nuevo las teclas del piano.
Quiere sentir el rastro dejado por Dolores…
Y llora…
Por fin llora, largamente, acompañada por su silencio.





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YO NO TE BUSQUÉ


Ramera que te entregas por mieles.
Dulzor cortés que envenena,
que enrabia,
que ata voluntades.
Abrazo consentido,
cumplidos fingidos
que atrapan entrañas.
Revuelves existires con tu presencia.
Devuélveme a mi estado:
Ignorar la ignorancia.
Sin necesidad de decires,
sin contares…
sin soñares.
Sueños que nunca hubo.
Sueños que jamás soñé.

Ramera que llenas vacíos,
que de vacíos llenas.
Cuando solos estamos…
cuando te comparto.
Yo no te pedí.
Yo no te esperaba.
Ni siquiera te soñé.

¿Qué hacer contigo ahora?
Si resaltas carencias.
Si carencias me entregas.
Si recuerdas olvidos…
Si olvidos recuerdas.
Si tu visita agita mi vida.
Sal de mí,
o enséñame el camino.

Ramera de decires.
Ramera de contares.
Ramera de soñares…




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sábado, 9 de julio de 2011

Dos cuerpos, dos mentes, un camino. (I)



Nubes que detienen su viaje alertadas por el murmullo de las chismosas hojas de las copas.
Efímeras vidas que son mecidas en un calmo bailar que el soplo del cielo dirige.
Por debajo dos cuerpos desnudos dejan que sus vergüenzas entablen amistad, que se conozcan sin prisas.
Dos cuerpos casi niños que no necesitan nada más para estremecerse durante horas.
Uno junto al otro, sin espacios entre los dos, sin palabras… ¿para qué?
El tiempo parado para ambos, nada importa, todo tienen…todo quieren.
Besos sordos, caricias mudas, manos torpes…miradas tímidas que todo lo dicen.
¡Un ruido…! Los dos se sobresaltan, sus ojos se asombran, su interior tiembla, y las vergüenzas se asoman por las mejillas.
Las cabezas de un lado a otro intentando vislumbrar el motivo de su alerta.
Las hojas paran, segundos de dudas y espera…
Falsa alarma: comienzan de nuevo su baile.
Dos cuerpos. Tú y yo. Nada más…Nada menos.
Dos cuerpos furtivos que comienzan su andar.




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Dos cuerpos, dos mentes, un camino (II).




Dos cuerpos que comienzan a aprender que la escuela de la vida no hace concesiones, que es maestra vieja.
Y que hay que aprender cómo hacer huevos fritos un día, y al siguiente cocidos.
Aprender a estar juntos sin invadir espacios, sin pisar respetos y portar alegrías.
Aprender a compartir las horas… los minutos: Éste para ti, éste para mí, éste para los dos.

Dos corazones colmados entraron en la casa desvestida.
Los miedos que lucen por separado se diluyen al saberse unidos.
Atrás quedan los árboles cómplices, las hojas chismosas…
Las risas a media voz en los portales penumbrosos, el querer y no poder…
El jugar a las escondidas con el mundo.

Una habitación vacía. Dos miradas en girar callado y sereno observando la desnudez de las paredes frías, las cortinas ausentes, los cuadros adivinados, la cama que preside bajo los cristales agrietados.
Cuatro hombros que se encogen a la media luz que apenas consigue la única bombilla.
Dos sonrisas enamoradas, que se dicen; ¡Qué bonito, está todo!





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Dos cuerpos, dos mentes, un camino (III).



Dos mentes que suben confiadas al ascensor que creen es la vida.
Sus subidas, sus bajadas… su botón de parada. Todo controlado.
Más tarde pensarán que es una montaña rusa: con la emoción de ir hacia arriba en los ojos expectantes; la incertidumbre cuando toca bajar que oprime el vientre y quita el aire; la nada de las rectas insulsas siempre demasiado largas.
Al final las mentes se ven inmersas en un gran parque de atracciones, donde las cosas son confusas… engañosas.
Dos mentes que suben al trenecito. Agarraditas de la mano con toda la ilusión y esperanza, con todos sus sueños por romper. Buscando su globito, su toque de perfume. Se apean mustias, decepcionadas; con los costillares doloridos por los escobazos del enmascarado.
Laberinto de espejos que despistan las narices contra el cristal.
Absurdas reglas del tuerto gruñón de la caseta de tiro. “¿Cómo que no vale? Si le di, queda un hilito; pero le di…” Te vas mascando bilis sin tu regalo.
Casa del terror que da la risa. Casa de la risa que da pavor.  Noria a la que no debiste subir. Atracción de la que no te debiste caer. Carrusel de andar a ninguna parte. Payaso que inunda su alma con su llorar. Boleto que de pronto resulta premiado en la tómbola. ¡Qué más da el objeto que te lleves! Te ha tocado. Por una vez la mirada del que dice: “Lo pagaste dos veces” del animador, es para ti.
El puesto del rojo brillar de las manzanas recubiertas dulcemente. Con su palito incorporado para no enchartrase las manos, para no mancharse...
La lavadora que gira mágicamente regalando nubes de colores. Nubes que compartir en la puntita de la nariz…en labios abiertos. Labios de dulces besos.





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dos cuerpos, dos mentes, un camino (IV -último).



Un camino…
Un camino de tropezar los años de minutos compartidos.
Donde los niños dejaron de serlo. Lo comunicó sin permiso otro niño: “¿Oiga, tiene usted hora?”. Y el “tú” se fue. Se marchó para no volver y a cambio los recuerdos alcanzaros su mayoría de edad. Recuerdos de acumular de años.
La casa desvestida ya prepara su celebración. Pronto lucirá de plata.
Los árboles se han vuelto unos estirados. Las chismosas se mudaron al ático para no cobijar furtivos. Mas no se lo tenemos en cuenta, los miramos siempre con ojos de niño.
Un camino largo siempre demasiado corto. Áspero en ocasiones. Plagado de ramas secas que trastabillan nuestro andar. Sembrado de mentiras ajenas de intenciones turbias; pero, son Viagra de eunuco. Nosotros seguimos asfaltando nuestro camino.
Ha habido penas, alegrías, y más penas. Por momentos el camino se bifurcó. Hubo amarguras y también felicidad. Risas, llanto, esperanza y decepción. Sufrimiento y pasión. Instantes de parar el mundo, y de sentir la agonía de no poder detenerlo. Paz, amor, dicha, ilusión. Compartir de almohada y lágrimas que afloran al llegar nuestros frutos.
Quisiera ser poeta, plasmar lo que siento con palabras; pero no lo soy, éstas me faltan.
El camino, la vida, es la que es. Podemos aprender de lo ocurrido; aunque no nos gusten algunas cosas.
Lo único que sé con total certeza es que lo volvería a andar.
Cambiaría detalles y borraría experiencias si pudiera; pero, no concibo huellar mi vida con otra compañía.
Mi niña dulce. Mi niña de sonrojados ojos y mirar sincero. De besos de algodón. De caricias de viento. De estremecida piel. Convertida en toda una mujer.
El camino tiene curvas. No dejan ver más allá. Pero sólo contigo lo quiero andar.





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DELICIAS DE PAU



Siento en sus palabras que vos, querida señora, sois valiente; pero cuidado.
Ojos acusadores se esconden por todas partes. Quieren confundir y se muestran
Lánguidos, apagados; pero en verdad andan entre tinieblas y no dejan de
Ojear, de estar alertas en busca de lo que no sea su verdad por doquier,
Sigilosos. Intentando encontrar una oveja que le haga subir peldaños al cielo.
Observando todo lo que les rodea en pos de su salvación eterna.

Y ahora os dirigís a mí. Con vuestro mensaje oculto me preguntáis.
Uniendo vuestras palabras acierto a entender vuestras dudas, temores y
Negaciones. Puedo llegar a entenderos, señora. Sé lo que es andar por vuestro mundo, sí.
Preguntando si Dios me entenderá el día del Juicio, y no acierto a encontrar más que
Obviedades. Pero tenéis que saber que no hacéis más que amar… Lo que Él mandó.


    Polly pasea tranquila por entre los susurros de los visitantes al museo. Va leyendo lo que alguien en la Red aseguraba que era una carta antigua que apareció no se sabe muy bien dónde. Se barajaba la posibilidad de que hubiese sido escrita por Hieronymus Bosch, más conocido como “El Bosco”, autor del controvertido cuadro “El Jardín de las Delicias”, entre otros muchos. Polly hace años, desde niña, que intenta averiguar el sentido último de tal obra. Dedica horas a observar en la pantalla de su ordenador la gran cantidad de figuras pintadas. Escudriña cada rincón, cada hombre, mujer, construcción o bestia de las múltiples que hay.
    Se ha parado frente al gran cuadro. Los ojos no le abarcan a ver todo lo que su mente quiere. Recorre las docenas de cuerpos desnudos en sus posturas inverosímiles sin pararse en ninguna en concreto, todas le parecen fascinantes; así lo demuestra la abertura de su boca y la inmovilidad de sus gestos.

    -¡Polilla, polilla!
    -¿Qué querés, Oscar? Y dejá de llamarme así. Me llamo Polly, ¿ya? ¡Listo!
¿Cuando vas a madurar? Ya no estamos en primaria para que hagás el baba de esta forma. Tenés quince años…comportáte.
    -¡Vale, vale, no te enfades!
¿Qué haces aquí? ¿No decías que no vendrías a la excursión?
    -Y no he venido a la excursión; pero no dije que no fuera a venir al museo. Sólo que prefiero vení sola que con niños como vos.
    -¿Venir al museo porque quieres, sin que nadie te obligue? Ya sabía yo que eres muy rara. ¿Y qué es esto? Porque esto sí que es raro de verdad.
    -“Esto” es una magnífica obra de El Bosco.
    -Pues ya es raro también ese bosco. A ver qué significa todo esto…
    -¿Cómo lo explico para que vos me entendás?

    Polly se dispone a explicarle a Oscar la obra. Le hace un gesto para que se ponga a su lado y ambos enfrentan el cuadro. Lo mira en pausa un instante con la certeza de que será tiempo gastado inútilmente, pero aún así comienza su explicación:
    -Como ves ésta es una composición en tres partes. La de la izquierda representa el momento en que Dios obsequia con el Paraíso a Adán y Eva.
La central, como puedes apreciar la más grande –apuntilla casi en forma burlona-, refleja los excesos de la humanidad, sus pecados, sobre todo carnales como puedes observar…
    -Sí, sí, carnales –interrumpe Oscar entre ruidosas carcajadas-; ya veo a ese maricón metiéndole flores por el culo al otro que se lo está ofreciendo como un florero.
    Polly, enfadada al igual que avergonzada, pues el comentario de Oscar ha suscitado miradas de los que están alrededor, le espeta:
    -¡Sos insoportable, no cambiarás nunca, andá y vete al carajo!
    -No, no, perdona, sigue. Ha sido un ¿lapsus?
    -¿Lapsus? Ya le daría yo lapsus a vos… ¿Seguís con las burlas?
Andá, si eso vale para que aprendas algo…escuchá.
    Oscar se cuadra en forma marcial. Polly está ya convencida de que todo es una mofa del muchacho; pero, ya ha aceptado realizar la explicación, y ella es de las que cumplen; así que prosigue:
    -La última parte, la de la derecha, plasma los martirios que sufrirá el ser humano en pago de sus pecados.
    -Sí, mira como pagan…
Oscar vuelve a interrumpir. Tiene los labios apretados intentando reprimir la carcajada que le provoca algún pensamiento en su cabeza. Se resiste a burlarse de nuevo de Polly, pues aunque tiene fama de buena, también sabe que puede tener muy mal genio. Pero al final no se aguanta e inicia la frase de nuevo con la mala fortuna que la saliva acumulada en su boca sale disparada por las repentinas prisas por hablar hacia la cara perpleja de ella  mientras berrea: “¡Mira ese pajarraco de la esquina derecha! – y señala con grandes gestos en dirección al cuadro-, abajo, se los come y luego los caga al pozo. Y el que está agachado echando monedas por el culo. Ése paga en efectivo.
    -¡Largáte ya de una vez! –dice Polly con la cabeza agachada intentando limpiarse con repulsión. Pero para cuando la levanta él ya se ha colocado a una distancia que confía prudente-. ¡Marcháte, reboludo, a escupir a tu vieja! Hablar con vos es como pelar una magdalena antes de comérsela: una pérdida de tiempo y una soberana tontería.
    ¡Ahí te quedas, polilla! – Dice Oscar mientras se va entre risas satisfecho de su logro.
    Polly, bastante indignada, termina de secarse el rostro como puede pasando insistentemente por él la manga de su blusa.
Intentando pasar página retoma su lectura:


Buscando muy dentro de mí me torturo a diario. Intentando encontrar las mismas
Respuestas que vos ansiáis a esas preguntas que os torturan, que me torturan.
En las palabras no está la ofensa, sino en la intención que estas tienen.
La verdad es que después de la sorpresa ante sus palabras, agradecí vuestro descubrimiento.
Obra en vuestro poder mi gran secreto, y en vuestras manos estaré a partir de ahora.
Como vos en las mías os ponéis al confesaros con nos. Mas no temáis nunca que
Obsesos pensamientos broten de mí. N o está en mi ánimo perjudicaros lo más mínimo.
Queriendo vos compartir conmigo esos pensamientos, halagáis mi persona y, al
Unirse nuestros secretos, me dais fuerzas para seguir uniendo piezas, y que
Encajarse unas con otras sea posible. Aunque lamento deciros que  no lo veremos llegar.
Neciamente, con ahínco, somos perseguidos como bestias apresadas por el mal.
Obcecadamente, mas con fe, nos resistimos a creer que Dios nos condenará por estos actos.


    -¡Hola, Polly! –Una voz tras ella la devuelve al mundo.
    -¡Hola, Elvira! ¿Qué hacés vos por aquí? Pensé que no vendrías a la excursión del colegio.
    -Al final cambié de idea. Total para estar sola en casa o dando vueltas por ahí. Además, hoy me he levantado con ganas de aprender algo nuevo –explica con cierta sorna.
¿Y tú, qué haces por aquí sola?
    Espero a Pau…Al final…quedamos –contesta con algo de vergüenza reflejada en sus mejillas.
    -¡Bien por ti! ¿Por fin te decidiste?
    -Sí, tengo que empezar a hacer caso a mis sentimientos algún día, y Pau parece la persona adecuada. Creo…creo que me enamoré.
    -¡Oh! Eso son palabras mayores.
¿Y cuándo viene?
    -No creo que tarde; está laburando, pero dijo que intentaría salir antes y…
    -No entiendo cómo te ha dado tan fuerte una persona que sólo conoces por la Red, ¿tan especial es?
    -¡Ay! Si vos vierais esos ojos verdes, su brillo, su mirar fijo y sincero, cálidos. Esas arruguitas que se le hacen en la frente cuando ríe y que asoman tras su flequillo. Con sus mejillas rosadas lo justo para que no delaten su vergüenza…
    -Si que te ha dado fuerte, sí –interrumpe Elvira el ensimismamiento de Polly-.
¿Y sabe que…? –Duda ahora en terminar su pregunta-.
    -¿Qué? –Le anima Polly.
    -¿Si sabe que eres…?
    -¿Qué, que soy argentina? –Ahora es Polly la que la que corta la pregunta a la vez que la responde-.
No estoy segura; pero, chica, hay cosas que no tené porque decir. No creo que le importe. Y si es así…a otra cosa, que hay mucho culito inquieto por ahí.
    -Bueno, espero que te salga bien el asunto replica Elvira entre risas-.
Y… ¿este cuadro? –Cambia ahora de tema- ¿Es del que me hablaste?
    -Sí, viste, ¿a que es relindo? Yo me pillé con él hace tiempo. Los expertos andan locos intentando descifrar su significado desde hace siglos. No el aparente y obvio, claro, sino el que se esconde en las imágenes, tan lindas y perturbadoras al tiempo.
A mí la imagen que más me gusta es esa del centro, la del pequeño estanque –explica Polly haciendo un círculo en el aire con el brazo extendido mientras su amiga escucha muy atenta-.
¿No tenés la impresión de que es lo más puro que viste nunca?
Mirá la figura del centro de la composición. Se ofrece tal cual es, abriendo los brazos, sin falsas apariencias ni miedos parece decirles a las que las rodean: “Ésta soy yo, aquí me tenéis”. Mientras, las otras sentadas al borde del estanque, con sus largas melenas doradas la admiran. Todas desnudas, como y tal nacieron…
    -¡Polly! –Interrumpe Elvira.
    -¿Sí?
    -Date la vuelta.
    ¡Es Pau! –Dice mientras se le llena la boca de dientes.
    -Sí, ya me lo he imaginado por la cara de cordero degollado con la que te mira.
Me voy, ya viene.
    -No, quedáte, te presentaré.
    -Bastante tienes ya con presentarte tú. Otro día si hay ocasión. Además, esto has de comértelo tú solita, guapa.
    Elvira se despide con una suave caricia en el rostro de Polly para darle ánimos al ver que las piernas de su amiga parecen flojear.
Al cruzarse con Pau se dedican una mirada callada y cómplice mientras sonríen.
Pau se presenta con dos cariñosos besos en ambas mejillas, que son recibidos con un “¡bien!” en el interior de Polly.
    -¡Hola, Pau! Mirá, este es el cuadro –dice nerviosa.
    -Ya lo conozco, polilla. ¿Te importa que te llame así?
     -¡Claro, qué tonta soy! A ti también te encanta la obra, ya la conoces –balbucea sabiendo que los nervios la traicionan.
    Tranquila, por supuesto que la conozco, casi tanto como tú. ¿Por eso estamos aquí, no? ¿Por qué nos gusta? –Intenta Pau tranquilizar el evidente nerviosismo de Polly. Aunque más consigue frustrar sus esperanzas, ya que la frase le suena como una barrera puesta a su amor.
Pero contesta… ¿Te molesta que te llame polilla?
    -En las palabras no está la ofensa, sino en la intención que éstas tienen –dice seria en exceso.
    Pau teme por un momento haber ofendido a Polly; pero enseguida comprende, mientras ve perder la seriedad a ésta y cambiarla por una sonrisa, y a la par que recuerda que la frase dicha por Polly con tanta solemnidad es un fragmento de la carta que compartieron, que tan sólo es su forma de de devolver la broma.
Entonces ríe también.
    -¡Es de la carta! Dice dándose un golpe en la frente con la palma de la mano.
    -Sí –ríe Polly más confiada-. La estaba releyendo mientras te esperaba. ¿Tú crees que será de él?
    -No creo que podamos saberlo nunca a ciencia cierta; pero, sería revelador, su pintura tendría otro sentido.
¿A ti qué parte te gusta más de la carta?
   -¿Y a vos?
   -Pregunté yo antes –Pau no cae en la pequeña trampa.
    -Es cierto, tenés razón…
A mí me apasiona la última parte. Es la más clarificadora. Estaba a punto de releerla. Permitíme…
    Polly comienza a leer con pasión mientras Pau escucha atentamente a su lado, muy cerca de ella, ignorando la distancia que marca el espacio vital de cada cual.



En mis obras escondo pensamientos. Vos habéis descifrado alguno con acierto y eso demuestra
Nuestra cercanía. Pocos lo han conseguido. Aunque muchos intentan entrar en  mi aturdida
Cabeza y encontrar el significado a mis pinturas, a mis imágenes atormentadas.
Usted busca la verdad. No la impuesta por otros a base de temores eternos. No la que
Es única según esos necios. Buscáis la misma que yo. La que nos deje vivir de forma
Noble, la que nos haga iguales ante los hombres, ya que ante Dios ya lo somos. Desechar la
Temerosa huída si fin. La que nos hace ser  furtivos al buscar amor en las sombras. La que se
Ríe de nuestro destino. Ése que no buscamos intencionadamente, que vino sin más y hace llorar
Amargamente a nuestra alma por no poder amar sin trabas, sin falsas acusaciones.
Ríe complacido el propio Satán al apropiarse ya de nuestra eternidad condenada por otros.

Esperanzada, ilusionada la encuentro al leer su carta. Esperáis que aclare vuestras dudas.
Sólo espero que no sufráis al conocer mi respuesta, y no os desilusionéis demasiado.
Puedo, convencido os  digo, asegurar que lo que hoy es perseguido, algún día dejará de serlo.
Unírmele en sus sueños, luchar a mi modo por ellos, yo le prometo. Mi humilde respuesta
En un doble acróstico, que sé de su afición, le dejo a su pregunta, la que todos hacen.
Su merced espero tenga a bien perdonar mi poco aclaratorio dictamen. Es fruto del
Temor y las dudas que me invaden, y que ahogan mi esperanza.
Adiós, estad en paz con Él.


    Polly concluye su leyenda en voz baja y suave. Pau parece haberse embriagado con su dulce timbre de voz y la mira tiernamente.
    -¿Entendiste el fin de la carta? –Pregunta Polly-. ¿Descifraste los mensajes? –Prosigue sin dejar que conteste_.
¡Perdón, perdón! No dudo de que lo hicieras, no dudo de vos, de tu capacidad. Lo siento -dice con más vergüenza que nunca al ver que su pasión le lleva a decir cosas que pueden ser mal interpretadas.
    Pau no contesta. Tan sólo se encoge de hombros, haciendo desaparecer su cuello y saca la lengua mientras ladea la cabeza esfumándose su aire de inteligente.
    -Pau…perdón de nuevo…si…si vamos a entablar amistad… -dice Polly con muchas dudas esta vez-, si vamos a conocernos mejor, tengo algo que confesarte antes de nada. No lo sabe más que mi mejor amiga y quiero que tú lo sepas también.
Yo soy…soy…
    -¿Qué? –Pregunta ya con impaciencia Pau.
    -Es que quiero decirte que soy…
    -¡Argentina! – Le interrumpe Pau mientras se acerca a Polly y le tapa los labios con la punta de los dedos para que no prosiga con su calvario-.
Yo también te tengo que confesar lo mismo… ¡Dios espero no confundirme! Yo también lo soy. No argentina, pero como tú.
    Pau aparta la mano de los labios temblorosos de Polly, y se arrima despacio a ella. Sus jugosas bocas se encuentran, y juegan a besarse sin prisa alguna. Apenas empiezan a separarse unos milímetros, Polly, le susurra llena de esperanza y alegría:
    -Pau…mi niña Paula, mi niña Pau ¿dónde nos llevará esto?
    -Polly, preciosa ¿quién sabe? No puedo más que contestarte lo mismo que él en el segundo mensaje oculto de su carta.





Tu comentario siempre es bienvenido.



    Ya ha empezado. Hace tiempo que ha empezado. No quieres darte cuenta. Lo niegas, lo afirmas, te desdices y contradices según te conviene. Por una de tus bocas escupes argumentos tendenciosos para ocultar la verdad, aun sabiendo que es inevitable, que está ahí, acechando, ha empezado su caza, y no hay remedio posible que evite que te alcance, mas sigues insistiendo en tus falsas verdades, verdades engañosas, que camuflan, que deshinchan las verdaderas verdades que, con angustia, conociendo que tiene razón, pensando que todavía tiene una pequeña esperanza, que hay tiempo, que nunca es tarde, que es cuestión de voluntad, de querer, de empezar al unísono a hacer las cosas de otra manera, e insiste, y se irrita, y se desespera: Tu otra boca no consigue acallar la tuya, no te convence, no te encamina, por mucho que dentro de ti, en el fondo, sepas que tiene razón; mas no estarás tú aquí cuando el fin, el tantas veces anunciado y temido fin, llegue. Porque tu tú individual no estará ya aquí, pero sí tu tú colectivo, y tú, humano, como tú mismo te nombraste, sufrirás el Apocalipsis, el fin, tu fin colectivo.
    Ya ha empezado. Hace tiempo que los hielos bajan templados desde las cumbres, que recorren en su estado líquido las tierras, desnudando de su manto blanco los lugares donde casi no te atreves a pisar, e irán colmando lentamente los mares que levantarán su mirar de forma inapreciable, sin prisa, convencidos de que llegarán de nuevo a la cima de la montaña, que la cubrirán deseosos, como el perro encelado que persigue a la hembra, es cuestión de tiempo: días, años…pero llegará, e irá destruyendo todo a su paso, todo lo que tú has construido a lo largo de tu efímera existencia, creyéndote creador perfecto, de maravillas perennes, indestructibles.
    Pero yo que te he creado, que llevo miles de años observándote, con paciencia finita, ya me cansé.
Casi desde tu creación llevas temiendo este momento, anunciándolo a voces, creyéndote profeta. Engreído. Tus anuncios y profecías, desde los Mayas y los indios Hopi, que ya anunciaban una tragedia cósmica; hasta el informe de la Nasa, que difundía la posibilidad de un bombardeo de tormentas solares a lo largo del 2012, y que como precaución te apresuraste a construir un tunel en la isla de Sualbard, a medio camino entre Noruega y el Polo Norte, donde guardaste confiado 4,5 millones de diferentes muestras de semillas pensando que quedaría alguien para cultivar: iluso; pasando por las profecías de Nostradamus, que tantos seguidores ha conseguido en ti.
Pero te equivocas: soy yo quien decide el cómo y cuándo, el que dicta tu destino, ya lo hice antes. Me cansé también de observar durante 165 millones de años a otro como tú: dominador confiado. Me cansé de esperar que llegaran a algo, pero se estancaron, dominaban, sí,  “su” mundo, mi creación, pero dejaron de evolucionar, o lo hacían demasiado despacio, no iban a ninguna parte, y me convencí de que lo mejor era que les lanzara, como el crío que lanza una canica mientras se muerde la lengua para afinar la puntería, procurando no errar su tiro, un asteroide. ¡Huy, fue sin querer!
Sí, ya lo sé: soy malvado a veces, lo pensé por un instante al ver la explosión que hizo que se estremeciera hasta el núcleo mismo de la tierra, ese núcleo que ahora haré que se trague los continentes, que se hundan en su masa candente, que las montañas disminuyan su altitud y que el agua, purificadora agua, clara y límpida, se enturbie con la tierra y con la sangre de los que corren despavoridos mientras ella, líquido precioso, líquido que da vida, y que ahora reclama lo que dio, tape el planeta por completo con su húmedo aliento.
Después, cuando la atmósfera se colmó con una densa capa de polvo y cenizas, las mismas que ahogaban, que cegaban los respiraderos de los saurios, y estos buscaban desesperados una bocanada de aire con una pizca de oxígeno en vano, y las bestias caían ruidosa y toscamente al suelo con su agonía como acompañante lúgubre y los obligaba sin remedio a desaparecer, después, pensé en ti: en tu proyecto, en tu creación; la desaparición de unos sería la oportunidad de otros: tu oportunidad.
    Esta vez quería que mi creación lo consiguiera, que hiciera bien el camino, que se iluminara y se convirtiera en luz cegadora, pura, grande, más aún: enorme, y alcanzara mi nivel y estuviera de pronto a mi lado, como igual.
Otros como yo ya lo han logrado: su creación ahora coexiste como uno más de nosotros y todos juntos, inmateriales, formamos mi yo; pero no he alcanzado aún la sabiduría suficiente, no he conocido la felicidad completa: crear una parte de mí, aunarla con los yo que mis otros yo han conseguido, y pasar al siguiente nivel, al nivel superior, el que no está ni arriba ni abajo, ni dentro ni fuera: está en todas partes y en ninguna: es el nivel superior al que me encuentro.
    Me lo tomé con calma, quise pensar el algo nuevo, nuevo para mí, porque sin duda otros de mis yo ya lo habían conseguido.
Tan sólo pasaron unos millones de años; pronto tuve todo preparado y elegí una especie de homínido. La verdad es que estuve dudando entre esa opción y la de una variedad de mosca: la que tú llamas del vino. Ambos compartís la mayoría de los genes y no os diferenciáis demasiado, pero me incliné por el mamífero y decidí regalarte con algo especial, algo que no había incluido a ningún ser todavía en este planeta, en otros sí, en miles, mas no en éste. Te di tu yo: tu consciencia. A partir de ahí tendrías capacidad de reconocerte, serías palpable para tu mente, serías consciente de ti, individual y colectivamente. Eso ya me había dado muy buenos resultados en otros planetas, lejanos, en sistemas de otras galaxias.
    En apenas unos cientos de miles de años, un suspiro, menos aún: un rápido parpadeo, evolucionaste, te convertiste en lo que hoy eres, formaste grupos, uniste fuerzas, pasaste a ser el dominador del planeta, el depredador más efectivo, no más fuerte, sí mucho más listo que los demás. Adquiriste falsa confianza, y creciste de forma engañosa y te transformaste en el colectivo, cuando no individuo, cruel que no debiste ser: Ya no sólo matabas para comer como cualquier especie. Pasaste a ser la única conocida que lo hace por avaricia, por poseer más que el otro, por poder, y adoptaste la cultura del miedo, del terror gratuito.
    Por eso correrás huyendo de las aguas mientras la tierra tiembla bajo tus pies. Observarás horrorizado como se abre bajo ellos escupiendo lava estrepitosamente, mientras tus cuerpos, una y otra vez, sin remedio, caerán a la mezcla ardiente, te consumirás, tus fluidos se evaporarán y tu carne se consumirá unos segundos después de que tu mente pierda conocimiento del dolor, del sufrimiento y de su propia existencia, de ti mismo, de todo lo que le rodea, de lo que está pasando, de tu ser: Morirás, te extinguirás como tantos otros. Algunos tardarán un poco más, creerán esquivar el destino que les doy, engañarlo, burlarme, escogerán a las billeteras más alegres, a los cerebros más sabios y, confiados, pensando en librarse de lo inevitable, construyendo de forma apresurada, en la cima de la más alta montaña, una cúpula de cristal blindado: se refugiarán esperando que pase lo peor. Su vida, cuando queden ocultos al final por las aguas, se desarrollará entre los límites de la burbuja.
Fuera de ellos, por encima, en la superficie, sólo existirán enormes olas furiosas; producidas por los movimientos sísmicos enquistados ya en el planeta, y que hacen inviable la opción de vivir en la superficie; más cuando lleguen al planeta las tormentas solares provocadas por mi dedo al pinchar el astro y que avivará su fuerza.
    Y mira que intenté que cambiaras, que dejaras esa cultura de terror:
Ya cuando los mayas dominaban envié una de mis más preciadas creaciones en tu ayuda, para que te orientaran sin decirlo, sin desvelar más preguntas de las imprescindibles. Seres que supieron dejar las ataduras de su cuerpo atrás, seres libres, pura conciencia, pura energía viva que no depende del carbono. Se acercaron a ti envueltos en luz para que pudieras verlos, distinguirlos con su prestada forma humanoide. Pasaron temporadas contigo ofreciendo sus enseñanzas, las mínimas, las básicas: no estabas, ni estás preparado para conocer el verdadero saber, ni lo estarás ya nunca, no tendrás la oportunidad que has perdido de nuevo; porque no has aprendido: en cuanto dejaron tu mundo comenzaste con lo mismo de siempre: con el terror.
No se te ocurrió otra cosa para honrarlos, para solicitar su regreso, que tus rituales sangrientos, llenos de dolor y de muerte. Sacrificios inútiles, estériles, que no servían más que para alimentar tu poder; a base de dolor, de desmembrar cuerpos elegidos al azar, siempre de los que carecían de lo que tú ansiabas tanto, por lo único que vivías: por tu maldita arrogancia y ansia de controlar todo.
La misma que te sirvió de excusa para exterminar a los propios mayas, con su misma vara, su mismo rasero. La misma que te ha servido siempre, amparado en uno u otro dios, para seguir matando, controlando, acumulando pertenencias inútiles, que no sirven para alcanzar el fin que deberías buscar.
Cualquier animal mata, para comer. Una vez saciado deja de hacerlo y otros tienen la oportunidad de satisfacer su hambre. Tú no. Tú tienes un vacío dentro permanente, nada apacigua tu ansia, acumulas innecesariamente, incluso sabiendo que se pudrirá, que te pudrirá.
Pero te da igual, no aprendes a controlarte: matas por afición profesional, con gula, por puro vicio visceral. Nada te importa, tan sólo tu yo inmediato; nada te llena, quieres colmar tu vacío de bienes efímeros sin importarte tu otro yo: el que está al otro lado, al que no dejas comer, cuando no acabas con su existencia con tus propias manos.
Te hace sentir poderoso, con la radiante confianza que da la fuerza adquirida. Prepotente con tus falsas verdades, incluso a sabiendas que te falta la razón.
Has acabado, en nombre de tu dios inventado convenientemente, con los que algún día vieron un rallito de luz, abrieron los ojos y la boca para decir: ¡Eh! Que la Tierra no es el centro del Universo, que el Sol no gira alrededor de ella, que es al contrario, y hay más planetas, estrellas, galaxias y…
Miserable prepotente. Me haces sentir vergüenza. Ni siquiera puedes aceptar que no estás sólo en este universo, que hay más creaciones en otros mundos, más mundos en otros universos. Se te llena la boca de pequeño ignorante con el Big Bang y su explosión y apenas te has enterado de que ni una explosión fue realmente: que en ese momento no existía el espacio-tiempo; y con el Big Crunch, que devolvería todo a su punto de partida. Tan inmerso en tu yo, en ti mismo, no puedes ni pensar en un mundo en el que tú no hubieras existido. No puedes ni imaginarte los Big Bang y Big Crunch que ha habido, que no es el primero, que he creado mil veces mil ya éste y otros universos, que ya van incontables expansiones y contracciones persiguiendo mi objetivo: buscando mi luz, mi iluminación. Te da miedo pensar más allá. De lo finito y de lo infinito. Piensas: “¿infinito? ¿No acaba nunca? Pero, algo tiene que ser lo último. Y después de eso, ¿más? ¿Qué?...”. Y te empequeñeces, te sientes pulga, te pierdes en inmensidades…
Por eso, los últimos tú que queden, esos refugiados en la cúpula, acumulando con prisas lo que puedan, malvivirán aterrorizados en su interior. Los seres marinos los rodearán, los mirarán curiosos a través del cristal, pero al final también desaparecerán. Pescado hervido por las aguas que comenzarán su bullir por el infernal calor que despide la corteza. En poco tiempo se acabarán las reservas de oxígeno, pegarás golpes desesperados contra el cristal de la única salida, soldada ya en su parte exterior por el intenso calor. Nudillos sangrantes que acompañan las manos a la cara con desesperación, con un ¿por qué? En la mirada incrédula y temerosa como la del que se le rompe un condón que compró porque en la caja exhibía: “Extrafuerte”.
Muerte lenta, consciente esta vez. De nada servirá rezar a los dioses, no doy marcha atrás.
La cúpula comenzará a hundirse en el fuego. Pronto será nada, como tú.
Tu mundo perderá todo fluido, evaporado, congelado después, y viajará, en forma de hielo, sin destino por el pequeño universo con el que juego a ser dios, esperando alcanzar mi siguiente nivel. Quizás, sólo quizás, existiría una remota posibilidad de que el hielo que viaja ahora perdido contuviera una pizca de ADN de tu último ser, y que cayera en la antípoda  de la Tierra de este universo que no te echará de menos, y que un ser más desprendido que tú, te encontrara y quisiera darte otra oportunidad.
Dime: ¿Qué cambiarías de tu vil existencia si te doy una nueva oportunidad?





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