viernes, 8 de julio de 2011

¡MI HIJA SE CASA!

Mírate que guapa estás. Tu vestido blanco. Tu diadema engarzada. Tus orquídeas colgando del ramo…
Ya han pasado los nervios, las prisas, los “no llegamos”, los ¡OH! De los invitados al bajar del coche engalanado, la cara de tonto de tu novio – ahora marido- al verte llegar por entre los bancos agarrada a mi brazo orgulloso, las lágrimas de tu madre, mis lágrimas…
Ya te has sacudido el arroz del pelo, ya hemos comido hasta reventar, Ya tomamos café y vamos por la tercera copa.
Bailas en el centro de la pista y no puedo dejar de recordar que sólo tienes diez años…

El médico me pregunta: ¿Dónde vas?
Yo sin detenerme a mirarlo le contesto: Al baño.
Me cagué –esto último lo callo-.
Algo te han visto. No aseguran nada. Sólo prisas. Sólo calladas.
La sirena suena. Estamos dentro de ella. El conductor ni nos mira. Yo, veo mis lágrimas reflejadas en las que caen de los ojos de tu madre.
Tranquila nena, ya llegamos. No contestamos a tu ¿qué pasa, dónde vamos?
Tres días después. Tres docenas de pruebas más tarde. Dos doctoras, dos más en prácticas, cuatro enfermeras. Dieciséis ojos esquivos. Nos dan la noticia.
La palabra prohibida, tabú…Cáncer.
Y el mundo se cae. No me atrevo a saber. No quiero creer. Tu madre, más valiente que yo…
La doctora contesta: 50%
A cara o cruz. Tonto pensamiento me viene a la mente.
No he vuelto a tirar moneda al aire…
Puto Dios, Alá, Buda, o la madre que los parió.
Si es verdad que existe, cuando le vea la cara, le preguntaré, por qué consiente que sufras con tan sólo doce años. Él, que ha pasado el sufrimiento aterrador de ver a su hijo en su calvario.
¿Por qué?

Esa misma noche vuelvo a casa. Sólo puede quedarse uno. Tu madre no tiene permiso de conducir, así que…
Noventa kilómetros, noventa puñetazos de rabia, noventa gritos de angustia, noventa miradas de los que me pasan, noventa docenas de lágrimas amargas, después…
Recibo los abrazos de consuelo estéril. Quieren saber. No puedo contar.
Entramos en la tercera planta.
Calvas cabezas, ojos hundidos, secas miradas, falsa risa en las habitaciones, derroches de desesperación en los pasillos que no veis.
Dicen los entendidos que no se puede aguantar más de tres días sin beber.
Doy fe: El cuerpo aguanta doce días sin beber, sin comer y sin dormir.
Treinta tres sesiones de quimio.
La primera, doce largas horas de vómitos, de mareos, de ¡hay que se cae! De no saber que hacer, de impotencia de no poder cambiarte el puesto, de no saber qué darte, qué contarte, qué explicarte.
Las restantes…más de lo mismo.
Padres sin nombre que llevan años allí metidos. Sólo son ya “los papas de…” Así nos llaman a los que suspiramos impotentes.
Nos consolamos. O lo intentamos. Cigarrillo en la escalera. El asqueroso café de la puta máquina. Las vomitivas pastas por una moneda.

Vienes hacia mi desencajada. Un mechón de pelo, que intentas desesperada volver a colocar en tu cabecita, se te cae al suelo. Tus lágrimas lo bañan. Ahora son nuestros los abrazos estériles…No tienes consuelo.
Ya te crecerá. Cuando todo acabe. “Te decimos a los tres”.
Te afeito la cabeza. No quiero lastimarte. No quiero que otra caída te lastime a ti.
Falsas fotografías de niños enfermos. Se distinguen fácil. Cabezas rapadas; pero…tienen cejas, pestañas. Tú no, por desgracia. Eres auténtica.
Demuestras valor. No te quejas. Pinchazos, transfusiones, placas, escáner,  aislamiento, cuatro operaciones…
Me echo en la cama a tu lado. Todo blanco. La anestesia te tiene dormida. Palpo con sumo cuidado tu cuerpecito. Desde el esternón, hasta la columna: te han abierto en canal.
 A mí me falta ese valor. Voy hacia ti. Me tiembla la mano. Hay que ponerte la inyección. Tú no quieres ir al hospital. No sé quién teme más de los dos en ese momento. Al final te acorralo. Maldita sea mi estampa.

Hoy falta otra chica más. No preguntamos. Con un entierro visto fue suficiente. Ya perdí la cuenta de los que no…


Nueve meses pasamos…
Miradas impertinentes se paran demasiado.
Pruebas de gorros y pañuelos; pero se te ve en la cara.
Comentarios estúpidos de todo tipo aguantamos.
Hasta cuatro veces te enterraron.
Hijos de la grandísima puta. Meteos en casa y cerrad la puerta con llave. Chafardero inmundo…que no te pase a ti. Por Dios, que no te pase. Que otra criatura no pase por eso.
Noches el vela. Oscura habitación. Goteros cayendo (dieciséis juntos fue el macabro record. Casi hizo falta un fontanero para conectarlos todos a dos únicas vías).

Ahora, diez años después, diez años apretando tanto el culo que no clavas un alfiler a martillazos en él, veo a tu madre llorar de nuevo. Mi cara también está empapada. Nos miras preocupada de pronto.
No, hija no. La felicidad también es el juntar pequeños momentos alegres.
Me levanto de la silla. Tu madre lo hace a la par que tu hermana. Nos siguen todos los invitados. Paran la música. Levanto mi copa y sólo acierto a decir mirando al cielo.
¡GRACIAS, HOY MI HIJA SE CASA!

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