jueves, 7 de julio de 2011

OLOR A AÑORANZA (IV).


    Poco a poco, con la prisa de un domingo, llegan a la puerta del cine Iluro.
José se entretiene con los niños en un puesto ambulante de golosinas: un cesto de mimbre sobre un caballete plegable. Lo regenta el señor Abad.
Muchos niños lo rodean, pocos engordan sus bolsillos.
José compra una barra de caramelo. La parte procurando que sea por la mitad y les da sendos trozos a sus hijos.
Al volverse hacia Rosa la ve con los brazos en jarras. Su mirada le dice: “Ahora entiendo tanto interés en venir”.
A José se le abre una sonrisa de lado a lado y pone cara de perrito abandonado esperando un chusco.
Rosa ya ha leído el cartel que anuncia la película: Nobleza baturra.
Aunque dicha cinta es de 1935, de vez en cuando la vuelven a proyectar. Los propietarios del cine saben que viven muchos maños por estos lares y siempre llenan la casa al reponerla.
    -¡Anda, tira pá dentro; que ya he sacado las entradas! –dice ella resignada.
Cómo le va a negar esto a su marido, si ya lleva cara de estrenar pantalón-.

    Toman asiento en el gallinero. Los despojados ahora de gabán y peineta lo hacen abajo, como corresponde, no es bueno mezclar.
Aún no ha terminado de sentarse el personal cuando apagan las luces. En la pantalla comienza la cuenta atrás. Es la única forma –y no siempre funciona- de que se callen.
    3, 2, 1. Comienza el noticiario documental: No-Do, de obligada proyección antes de cualquier película.
Empieza éste con unos breves de las “últimas noticias” (como siempre lleva meses de atraso, las imágenes son de 1946).
La filmación muestra, acompañada de una voz que con mucho entusiasmo las narra, la reconstrucción de Brunete –destruida durante la guerra-, derrochando imágenes de sus nuevos edificios y calles.
Difunden las inundaciones sufridas en la cuenca del Segura, después de tres años de sequía, y la “rápida” ayuda recibida.
Ofrece imágenes de la visita a España  de Mario Moreno: Cantinflas. Y de las numerosas muestras de cariño que recibe el actor.
También dedican un par de minutos al buque Plus Ultra, que durante la Guerra Civil sirvió como prisión improvisada, y en el que retornan refugiados en Filipinas.
Aunque dedican mucho más tiempo a ensalzar las imágenes de las manifestaciones que han reunido a miles de personas en apoyo al Régimen, por el desagravio acometido por la ONU, al negar el ingreso en la misma al Estado Español.
Se puede ver a la multitud vitorear el nombre del Caudillo entre ríos humanos. Portan todo tipo de manifiestos de apoyo en pancartas, colgaduras y carteles, a favor del Jefe de Estado. Unos lo hacen con fervor convencidos de que el Caudillo y su régimen es lo mejor que le ha pasado a este país desde hace siglos. Otros hacen acto de presencia por el miedo a que alguien note su ausencia y su nombre aparezca de pronto en alguna lista oscura, invisible, negada…pero temida.
    Lo que no muestran las imágenes, ni explica el narrador, son los motivos que ha llevado a este organismo a tomar la decisión de su negativa; pero, los transistores, furtivos, casi inaudibles, no se despegan de las orejas de quien necesite saber por las noches.
La ONU ya andaba recelosa con el gobierno español. La ayuda prestada por España a los perdedores de la Segunda Guerra Mundial, entre los años 1940 y 1943, a buen seguro en compensación a la colaboración de Hitler, que aportó armamento y tropas a Franco, no se había olvidado.
Aunque el detonante para que los países de dicha organización, comenzaran un aislamiento internacional a España, fue el fusilamiento de nueve guerrilleros de la resistencia; entre ellos, Cristino García, héroe de resistencia francesa.
Francia anuncia el cierre de sus fronteras con España. Franco, orgulloso, se adelanta al conocerlo y echa él las llaves, sumiendo a los españoles a un encierro en su país.


    La gente aplaude alborotada. Comienza la película.
Ya se ve a la cuadrilla de segadores. La faja bien apretada en la cintura; calcetines blancos por encima de la pernera del pantalón; sus albarcas de esparto, con sus largos  cordones cruzando varias veces las espinillas; su camisa blanca y su cachirulo en la cabeza.
Ya comienza con su primera jota la protagonista. Sobre el trillo que separa el grano.
Ella, altiva, fustiga a la pareja de mulos que giran por la era arrastrando el conjunto en su rodar sin fin.
    José permanece extrañamente inmóvil. A estas alturas, en otras ocasiones que han visto la película, su corazón mañico ya daba saltos de emoción, arrastrando en su júbilo a su cuerpo, obligándolo a dar botes de niño en su asiento, mientras Rosa le observa satisfecha por verle feliz.
Ni tan siquiera cuando ve al anciano liando un cigarro, que José siempre se empeña en decir que es “igualico” a su difunto padre, se inmuta, ni pestañea. Mirada vidriosa y perdida.
    Rosa lo observa. Intenta averiguar qué le sucede a su marido; mas, no se atreve a interrumpir su cavilar. Tan sólo acierta a coger su mano, como intento de consolar su evidente pena.
    Al terminar la cinta encienden las luces. El gentío se agolpa como si hubiera premio por salir el primero.
Los que más siguen emocionados por lo visto. Unos pocos vociferan orgullosos coletillas del pueblo, luego ríen.
José, cabizbajo, sigue con su melancolía.

    Llegan a la calle. Ya es oscuro.
Un par de chicos se dan en el culo con los talones. Corren en cuanto consiguen pisar los adoquines esquivando al personal. Se les escapa el último tranvía  que les acercará hasta sus casas.
Con muchos apuros consiguen alcanzarlo y, haciendo juegos de malabares, aciertan a colocar un solo pie en el estribo repleto de plantas del saturado vehículo.
Una mano oportuna, salida de la nada, atrapa milagrosamente por el hombro de la chaqueta a uno de ellos que pierde el equilibrio y ya se lamenta anticipando el golpe.
Muda conversación mantenida con su salvador: Suspiro de alivio, mirada agradecida, mueca que explica: hoy por ti…



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