viernes, 8 de julio de 2011

OTOÑO LLEGÓ

Otoño llegó. Las nubes espesan y se tornan oscuras ocultando casi por completo el sol, acosándolo para que cada día se eche un poco  antes a dormir. Las hojas comienzan a abandonar su hogar al igual que su verdor. El fresco, antesala del frío del invierno, ya está aquí. Las chaquetas, alegres por salir del armario, se liberan por fin de su prisión; desprendiendo olor a cerrado en unos casos, o cierto tufillo a naftalina en otros. Saben que alguien, su propietario, la cogerá, saldrá a la calle, y se abrazará con ella al sentir el fresco de la tarde que le hace encogerse y contraer la espalda como hacía ya meses. Entonces…la chaqueta se siente querida de nuevo.
Hoy he visto a un chico: joven, casi imberbe; delgado y pelo largo con rizos de peluquería. Paseaba por el parque que hay junto a la estación; abrazado a su chaqueta algo trasnochada para su edad. Al pasar junto al banco en el que me encontraba sentado, me he fijado en él: mirada tristemente perdida, gesto serio y los hombros sentados a su espalda parecían pesar demasiado. “Un mal día” he pensado…a todos nos paga la vida con algún mal día.
Mira el reloj…se enciende un cigarro…mira de nuevo el reloj. Sorprendido, alza la vista al encapotado cielo al ver caer una gota en la esfera: comienza a chispear. Su mirada se dirige hacia su mano, ahora extendida palma arriba. Yo lo miro con disimulo, y creo vislumbrar una lágrima, que rueda con desgana por su mejilla. La lluvia arrecia, al igual que su mudo llanto; y sus lágrimas se camuflan con la lluvia mientras él, tira el cigarro ya mojado a estas alturas…
“Pésimo día” pienso mientras abandono mi asiento para refugiarme en la estación. Ya dentro de esta, miro la calle…lo sigo mirando a él: inmóvil bajo la lluvia. Decide resguardarse también después de mirar de nuevo el reloj. Viene a la estación como con prisa, con bríos nuevos; pegando pequeños saltitos y dando golpes secos en el suelo a cada paso, como queriendo inútilmente sacudirse el agua que ya le ha calado por completo. Triste estreno de otoño para su chaqueta.
Apenas ha traspasado la puerta y a la par que cruza una fugaz mirada conmigo, que sigo mirándolo mientras pasa sin poder remediarlo, resuena un tren que se acerca.
Le cambia la cara de inmediato. Se le nota nervioso, inquieto por alguna razón. Su triste mirada se torna brillante y una sonrisa surge de sus labios todavía salados.
Llega el tren. Él se dirige con premura hacia el andén, estirando el cuello más allá de lo recomendable y moviendo la cabeza con rapidez de un lado a otro. Yo me sorprendo haciendo lo mismo; como queriendo ver lo que ven sus ojos.
Se para…queda quieto frente a una de las puertas del tren. Pasan unos segundos y él permanece allí cual figura de hielo. Yo también me he parado. Hasta el resto de la gente parecía haberse detenido y permanecía todo en silencio en mi mente.
De pronto me sobresalto…casi me asusto: Una chica, en un instante, ha saltado desde el tren hasta sus brazos. Abrazándolo con fuerza, casi con rabia mientras su boca parece querer quitarle apresuradamente la salazón de sus labios. Él la mira sin apartar su boca de la suya y se ríe mientras intenta a duras penas conservar el equilibrio casi perdido por el imprevisto salto de ella.
Allí los dejo: entre la gente que pasa a su lado cargando maletas. Fundidos en un largo y quieto abrazo, como sólo se da y recibe después de una larga ausencia, que sonroja, más feliz que nunca ahora a la chaqueta, abrazada por dentro y por fuera.
Me alejo mientras llega un pensamiento a mi mente: No tan mal día después de todo.


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