viernes, 29 de julio de 2011

VUELVO A SER MUJER




La morgue: Extraño lugar donde encontrar la paz.
Quince años han pasado desde aquella primera bofetada que me condenó al pozo negro de mi existencia. Ni siquiera te importó mis dos meses de preñada. Latigazo que nubló mi vista, que cegó mi ver la vida y se apoderó de mi inocencia.
“Dos copas, estrés, perdí los nervios, no sé qué pasó, no volverá a ocurrir, arrumacos, perdón, eres mi vida, no soy nadie sin ti…”
Y de pronto me vi cabalgada por ti. Tan sorprendida como con la cruzada de cara.
Te creí… ¿Te creí? Sí, te creí. Necesitaba hacerlo, ¡ingenua de mí! Caí en la red que nunca comprendí cómo se podía caer. Caí en tus ojos lastimeros, en tus caricias, en tus súplicas, en tus flores envenenadas.
Y fui feliz en mi engañoso querer olvidar. Me colmaste de atenciones. Volvías a ser el hombre que me enamoró hasta perder el sentido. Sentido que perdí a las tres semanas, cuatro días y tres horas después, cuando cruzaste mi otra mejilla sin habértela ofrecido.
“Tienes que tener más cuidado; ¿cómo has estado tan torpe?”
Palabras cínicas que pronunciaste con una sonrisa en los labios. En el hospital, mientras me cosían la cabeza. Qué torpeza la mía: caer justo contra la mesita de noche por tu ofrenda.
Callé. El médico me dedicó una mirada que parecía decir: “Son cosas que pasan”; o eso escuché de sus ojos. Y seguí callada. Miedo, vergüenza, o vergüenzamiedo; pero, callé. Sólo dos lágrimas gritaros su rabia y su asco por tus palabras: “Tienes que tener más cuidado…”
Si del amor al odio hay un paso, hasta el asco sólo hay una frase.
Quince años han pasado. Tu violencia creció tanto como tus miserables súplicas de perdón. Mi asco se ha alternado todo este tiempo con el absurdo amor que siento por ti. Incomprensible combinación que bebo a diario para tragarme el miedo.
Aprendí a llorar en silencio, a ver tras las gafas de sol en los días nublados, a ocultar mis temblores cuando te acercas a mí, a sonreír cuando bromeas delante de los amigos, a usar manga larga en verano. Aprendí a fingir para que terminaras antes de llegar a vomitar en la palangana de mi culpabilidad.
He sido cero durante muchos años. Me has anulado por completo. Ahora me repugna hasta mirar un espejo. Siento pánico de vivir así y de vivir distinto.
Hoy me he levantado tras un extraño sueño: Estaba en la morgue. Me habían llamado para reconocerte. A mí, que ya me sobra el “re” y el “conocerte”, ¡maldito día! Las gafas de sol ocultaban dos lágrimas que gritaban de alegría volviéndose dulces mientras te veía ahí tumbado. Un cuchillo atravesaba tu pecho. Un médico me preguntaba si eras mi marido. “Son cosas que pasan” explicaba al decirle que sí. “Aprenderé a vivir sin él –contestaba yo con una sonrisa-; Tengo más cuchillos en la cocina”.
Extraño sueño como te decía.
No, no temas. No mereces ya la pena. No estropearé más mi vida por ti. Ya me liberé. No perderé ningún cuchillo. Ya te maté. En sueños; pero, te maté. Y contigo terminé con mis miedos, mis ascos, mis vergüenzas; y atrapé la indiferencia por ti.
Hoy haré lo que tenía que haber hecho quince años atrás. Justo en el instante en que me levanté tras tu primera guantada. Iré a la comisaría. Sin sentirme nunca más culpable de nada, el culpable eres tú, y recuperaré el sentirme mujer.




Tu comentario siempre es bienvenido.
Derechos registrados.

No hay comentarios: