jueves, 7 de julio de 2011

EL COMPARTIMENTO

Entro en el compartimento. Está vacío. Hoy viaja poca gente. Con un poco de suerte podré descansar esta noche.
Él lo hace a la par. Ya lo he visto antes. En los lavabos de la estación.
Se quita el plumas y saluda con un sólo golpe de cabeza cuando está frente a mí. Le devuelvo el gesto sin decir nada tampoco.
Nos acomodamos en los asientos de skay. Yo pasillo, él ventana.
Al momento, entra ella. En la penumbra del habitáculo, se le ve entre sombras.
Lleva una mochila al hombro. La deja en el portaequipajes, con un excesivo estiramiento; como luciéndose en escaparate.
El tren arranca con un fuerte tirón y  pierde el equilibrio. Queda sentada junto a él.
Poca conversación. Si acaso las presentaciones.
-Nicolle, de “Pagis” –dice con su perfecto acento francés-.
Escasas palabras más. El día fue duro. El viaje para ver a la familia será largo. La noche si no se duerme, lo será más. Más dura y más larga.

No sé cuanto rato llevo intentando dormirme. El tiempo pasa de forma confusa. Parece avanzar; pero, hay largos ratos que se detiene.
El sentir de un movimiento, me hace entreabrir los ojos.
Ella, de forma sigilosa, cambia su sitio. Se sienta en el asiento de enfrente al que estaba acomodada. Mira un rato al horizonte con poco interés, luego, estira las piernas y coloca sus pequeños pies sobre el asiento de delante; buscando una posición más cómoda.
Cerramos los ojos.
Me despierto con el estrepitoso cruzar de otro tren.
Desde mi posición veo, como sus piernas, han entrado en contacto con las de él.
Algo me dice que no duerme; su respiración ha cambiado.
Pronto, lo que eran leves contactos, se tornan furtivas caricias.
Él se levanta ahora. Se sienta a su lado, orientado hacia ella y finge querer dormir. Ella queda mirando al frente, con los ojos cerrados. También juega al engaño. Todos lo hacemos.
Con mi disimulado abre  cierra de párpados, consigo ver como se vuelve hacia él.
Sin dejar de interpretar, ambos buscan excusas en cualquier traqueteo, para acercarse el uno al otro.
Respiran el mismo aire caliente. Huelen el aroma de sus cuerpos que empieza a mezclarse, a confundirse, a ser sólo uno.
Sus frentes se tocan al fin; esquivando sus narices borrosas.
Sus labios, no tardan en hacerlo también. Inmóviles al principio, juguetean ahora en húmedo silencio. No tienen prisa…una partida más.
Poco a poco, las respiraciones aumentan. Lo furtivo, lo disimulado, pasa a no serlo. El deseo, puede más que la prudencia, que la vergüenza.
Mis ojos, siguen mirando de soslayo, cuando ella, sin ningún pudor, se sienta sobre él.
Los corchetes de su camisa, van saltando uno a uno, con el estirar lento de las manos de él. Al poco, la silueta de éstas, aparece por la espalda. La recorren con timidez primero, con descaro después, para desaparecer al final. Ahora miman el torso de ella, mientras ésta, busca una oreja que mordisquear.
Pasan horas para cualquiera que mire; un instante tan sólo, para el que es mirado.
Los jadeos van cesando, tan lentamente como empezaron. Siguen sin prisa.
Cuando vuelve a escucharse el golpeteo de las ruedas entre raíl y raíl, quedamos dormidos.
Abro los ojos desorientado ¿cuánto tiempo ha pasado?
Cuando la neblina se va de ellos, la veo; allí está. Mirándome con una sonrisa en los labios y su mochila al hombro de nuevo.
“ Au Renoir!” Me dice tan sólo, luego se va.
Quedo sentado. Sigue la noche. Él permanece en el mismo lugar. Su camisa sigue desabrochada.
Un rato después, anuncian mi estación por la defectuosa megafonía.
Me incorporo y, tras arreglarme la ropa, me pongo mi plumas, arreglo mi cabello en la ventana que me ha servido de espejo esta noche, y me voy.
Otra vez vuelve a quedar vacío el compartimento.



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