sábado, 9 de julio de 2011



    Ya ha empezado. Hace tiempo que ha empezado. No quieres darte cuenta. Lo niegas, lo afirmas, te desdices y contradices según te conviene. Por una de tus bocas escupes argumentos tendenciosos para ocultar la verdad, aun sabiendo que es inevitable, que está ahí, acechando, ha empezado su caza, y no hay remedio posible que evite que te alcance, mas sigues insistiendo en tus falsas verdades, verdades engañosas, que camuflan, que deshinchan las verdaderas verdades que, con angustia, conociendo que tiene razón, pensando que todavía tiene una pequeña esperanza, que hay tiempo, que nunca es tarde, que es cuestión de voluntad, de querer, de empezar al unísono a hacer las cosas de otra manera, e insiste, y se irrita, y se desespera: Tu otra boca no consigue acallar la tuya, no te convence, no te encamina, por mucho que dentro de ti, en el fondo, sepas que tiene razón; mas no estarás tú aquí cuando el fin, el tantas veces anunciado y temido fin, llegue. Porque tu tú individual no estará ya aquí, pero sí tu tú colectivo, y tú, humano, como tú mismo te nombraste, sufrirás el Apocalipsis, el fin, tu fin colectivo.
    Ya ha empezado. Hace tiempo que los hielos bajan templados desde las cumbres, que recorren en su estado líquido las tierras, desnudando de su manto blanco los lugares donde casi no te atreves a pisar, e irán colmando lentamente los mares que levantarán su mirar de forma inapreciable, sin prisa, convencidos de que llegarán de nuevo a la cima de la montaña, que la cubrirán deseosos, como el perro encelado que persigue a la hembra, es cuestión de tiempo: días, años…pero llegará, e irá destruyendo todo a su paso, todo lo que tú has construido a lo largo de tu efímera existencia, creyéndote creador perfecto, de maravillas perennes, indestructibles.
    Pero yo que te he creado, que llevo miles de años observándote, con paciencia finita, ya me cansé.
Casi desde tu creación llevas temiendo este momento, anunciándolo a voces, creyéndote profeta. Engreído. Tus anuncios y profecías, desde los Mayas y los indios Hopi, que ya anunciaban una tragedia cósmica; hasta el informe de la Nasa, que difundía la posibilidad de un bombardeo de tormentas solares a lo largo del 2012, y que como precaución te apresuraste a construir un tunel en la isla de Sualbard, a medio camino entre Noruega y el Polo Norte, donde guardaste confiado 4,5 millones de diferentes muestras de semillas pensando que quedaría alguien para cultivar: iluso; pasando por las profecías de Nostradamus, que tantos seguidores ha conseguido en ti.
Pero te equivocas: soy yo quien decide el cómo y cuándo, el que dicta tu destino, ya lo hice antes. Me cansé también de observar durante 165 millones de años a otro como tú: dominador confiado. Me cansé de esperar que llegaran a algo, pero se estancaron, dominaban, sí,  “su” mundo, mi creación, pero dejaron de evolucionar, o lo hacían demasiado despacio, no iban a ninguna parte, y me convencí de que lo mejor era que les lanzara, como el crío que lanza una canica mientras se muerde la lengua para afinar la puntería, procurando no errar su tiro, un asteroide. ¡Huy, fue sin querer!
Sí, ya lo sé: soy malvado a veces, lo pensé por un instante al ver la explosión que hizo que se estremeciera hasta el núcleo mismo de la tierra, ese núcleo que ahora haré que se trague los continentes, que se hundan en su masa candente, que las montañas disminuyan su altitud y que el agua, purificadora agua, clara y límpida, se enturbie con la tierra y con la sangre de los que corren despavoridos mientras ella, líquido precioso, líquido que da vida, y que ahora reclama lo que dio, tape el planeta por completo con su húmedo aliento.
Después, cuando la atmósfera se colmó con una densa capa de polvo y cenizas, las mismas que ahogaban, que cegaban los respiraderos de los saurios, y estos buscaban desesperados una bocanada de aire con una pizca de oxígeno en vano, y las bestias caían ruidosa y toscamente al suelo con su agonía como acompañante lúgubre y los obligaba sin remedio a desaparecer, después, pensé en ti: en tu proyecto, en tu creación; la desaparición de unos sería la oportunidad de otros: tu oportunidad.
    Esta vez quería que mi creación lo consiguiera, que hiciera bien el camino, que se iluminara y se convirtiera en luz cegadora, pura, grande, más aún: enorme, y alcanzara mi nivel y estuviera de pronto a mi lado, como igual.
Otros como yo ya lo han logrado: su creación ahora coexiste como uno más de nosotros y todos juntos, inmateriales, formamos mi yo; pero no he alcanzado aún la sabiduría suficiente, no he conocido la felicidad completa: crear una parte de mí, aunarla con los yo que mis otros yo han conseguido, y pasar al siguiente nivel, al nivel superior, el que no está ni arriba ni abajo, ni dentro ni fuera: está en todas partes y en ninguna: es el nivel superior al que me encuentro.
    Me lo tomé con calma, quise pensar el algo nuevo, nuevo para mí, porque sin duda otros de mis yo ya lo habían conseguido.
Tan sólo pasaron unos millones de años; pronto tuve todo preparado y elegí una especie de homínido. La verdad es que estuve dudando entre esa opción y la de una variedad de mosca: la que tú llamas del vino. Ambos compartís la mayoría de los genes y no os diferenciáis demasiado, pero me incliné por el mamífero y decidí regalarte con algo especial, algo que no había incluido a ningún ser todavía en este planeta, en otros sí, en miles, mas no en éste. Te di tu yo: tu consciencia. A partir de ahí tendrías capacidad de reconocerte, serías palpable para tu mente, serías consciente de ti, individual y colectivamente. Eso ya me había dado muy buenos resultados en otros planetas, lejanos, en sistemas de otras galaxias.
    En apenas unos cientos de miles de años, un suspiro, menos aún: un rápido parpadeo, evolucionaste, te convertiste en lo que hoy eres, formaste grupos, uniste fuerzas, pasaste a ser el dominador del planeta, el depredador más efectivo, no más fuerte, sí mucho más listo que los demás. Adquiriste falsa confianza, y creciste de forma engañosa y te transformaste en el colectivo, cuando no individuo, cruel que no debiste ser: Ya no sólo matabas para comer como cualquier especie. Pasaste a ser la única conocida que lo hace por avaricia, por poseer más que el otro, por poder, y adoptaste la cultura del miedo, del terror gratuito.
    Por eso correrás huyendo de las aguas mientras la tierra tiembla bajo tus pies. Observarás horrorizado como se abre bajo ellos escupiendo lava estrepitosamente, mientras tus cuerpos, una y otra vez, sin remedio, caerán a la mezcla ardiente, te consumirás, tus fluidos se evaporarán y tu carne se consumirá unos segundos después de que tu mente pierda conocimiento del dolor, del sufrimiento y de su propia existencia, de ti mismo, de todo lo que le rodea, de lo que está pasando, de tu ser: Morirás, te extinguirás como tantos otros. Algunos tardarán un poco más, creerán esquivar el destino que les doy, engañarlo, burlarme, escogerán a las billeteras más alegres, a los cerebros más sabios y, confiados, pensando en librarse de lo inevitable, construyendo de forma apresurada, en la cima de la más alta montaña, una cúpula de cristal blindado: se refugiarán esperando que pase lo peor. Su vida, cuando queden ocultos al final por las aguas, se desarrollará entre los límites de la burbuja.
Fuera de ellos, por encima, en la superficie, sólo existirán enormes olas furiosas; producidas por los movimientos sísmicos enquistados ya en el planeta, y que hacen inviable la opción de vivir en la superficie; más cuando lleguen al planeta las tormentas solares provocadas por mi dedo al pinchar el astro y que avivará su fuerza.
    Y mira que intenté que cambiaras, que dejaras esa cultura de terror:
Ya cuando los mayas dominaban envié una de mis más preciadas creaciones en tu ayuda, para que te orientaran sin decirlo, sin desvelar más preguntas de las imprescindibles. Seres que supieron dejar las ataduras de su cuerpo atrás, seres libres, pura conciencia, pura energía viva que no depende del carbono. Se acercaron a ti envueltos en luz para que pudieras verlos, distinguirlos con su prestada forma humanoide. Pasaron temporadas contigo ofreciendo sus enseñanzas, las mínimas, las básicas: no estabas, ni estás preparado para conocer el verdadero saber, ni lo estarás ya nunca, no tendrás la oportunidad que has perdido de nuevo; porque no has aprendido: en cuanto dejaron tu mundo comenzaste con lo mismo de siempre: con el terror.
No se te ocurrió otra cosa para honrarlos, para solicitar su regreso, que tus rituales sangrientos, llenos de dolor y de muerte. Sacrificios inútiles, estériles, que no servían más que para alimentar tu poder; a base de dolor, de desmembrar cuerpos elegidos al azar, siempre de los que carecían de lo que tú ansiabas tanto, por lo único que vivías: por tu maldita arrogancia y ansia de controlar todo.
La misma que te sirvió de excusa para exterminar a los propios mayas, con su misma vara, su mismo rasero. La misma que te ha servido siempre, amparado en uno u otro dios, para seguir matando, controlando, acumulando pertenencias inútiles, que no sirven para alcanzar el fin que deberías buscar.
Cualquier animal mata, para comer. Una vez saciado deja de hacerlo y otros tienen la oportunidad de satisfacer su hambre. Tú no. Tú tienes un vacío dentro permanente, nada apacigua tu ansia, acumulas innecesariamente, incluso sabiendo que se pudrirá, que te pudrirá.
Pero te da igual, no aprendes a controlarte: matas por afición profesional, con gula, por puro vicio visceral. Nada te importa, tan sólo tu yo inmediato; nada te llena, quieres colmar tu vacío de bienes efímeros sin importarte tu otro yo: el que está al otro lado, al que no dejas comer, cuando no acabas con su existencia con tus propias manos.
Te hace sentir poderoso, con la radiante confianza que da la fuerza adquirida. Prepotente con tus falsas verdades, incluso a sabiendas que te falta la razón.
Has acabado, en nombre de tu dios inventado convenientemente, con los que algún día vieron un rallito de luz, abrieron los ojos y la boca para decir: ¡Eh! Que la Tierra no es el centro del Universo, que el Sol no gira alrededor de ella, que es al contrario, y hay más planetas, estrellas, galaxias y…
Miserable prepotente. Me haces sentir vergüenza. Ni siquiera puedes aceptar que no estás sólo en este universo, que hay más creaciones en otros mundos, más mundos en otros universos. Se te llena la boca de pequeño ignorante con el Big Bang y su explosión y apenas te has enterado de que ni una explosión fue realmente: que en ese momento no existía el espacio-tiempo; y con el Big Crunch, que devolvería todo a su punto de partida. Tan inmerso en tu yo, en ti mismo, no puedes ni pensar en un mundo en el que tú no hubieras existido. No puedes ni imaginarte los Big Bang y Big Crunch que ha habido, que no es el primero, que he creado mil veces mil ya éste y otros universos, que ya van incontables expansiones y contracciones persiguiendo mi objetivo: buscando mi luz, mi iluminación. Te da miedo pensar más allá. De lo finito y de lo infinito. Piensas: “¿infinito? ¿No acaba nunca? Pero, algo tiene que ser lo último. Y después de eso, ¿más? ¿Qué?...”. Y te empequeñeces, te sientes pulga, te pierdes en inmensidades…
Por eso, los últimos tú que queden, esos refugiados en la cúpula, acumulando con prisas lo que puedan, malvivirán aterrorizados en su interior. Los seres marinos los rodearán, los mirarán curiosos a través del cristal, pero al final también desaparecerán. Pescado hervido por las aguas que comenzarán su bullir por el infernal calor que despide la corteza. En poco tiempo se acabarán las reservas de oxígeno, pegarás golpes desesperados contra el cristal de la única salida, soldada ya en su parte exterior por el intenso calor. Nudillos sangrantes que acompañan las manos a la cara con desesperación, con un ¿por qué? En la mirada incrédula y temerosa como la del que se le rompe un condón que compró porque en la caja exhibía: “Extrafuerte”.
Muerte lenta, consciente esta vez. De nada servirá rezar a los dioses, no doy marcha atrás.
La cúpula comenzará a hundirse en el fuego. Pronto será nada, como tú.
Tu mundo perderá todo fluido, evaporado, congelado después, y viajará, en forma de hielo, sin destino por el pequeño universo con el que juego a ser dios, esperando alcanzar mi siguiente nivel. Quizás, sólo quizás, existiría una remota posibilidad de que el hielo que viaja ahora perdido contuviera una pizca de ADN de tu último ser, y que cayera en la antípoda  de la Tierra de este universo que no te echará de menos, y que un ser más desprendido que tú, te encontrara y quisiera darte otra oportunidad.
Dime: ¿Qué cambiarías de tu vil existencia si te doy una nueva oportunidad?





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